Carlos Pellegrini: “Sin industria no hay Nación”

Así sintetizaba Carlos Pellegrini, en 1892, marcando una idea de construcción nacional y desarrollo cuando en la naciente Argentina había todo por hacer. Hoy, 130 años después, en una nueva conmemoración del “Día de la Industria”, esta frase muestra nuevos colores en el contexto de un entorno que ha puesto en evidencia que no es trivial contar con una industria nacional robusta.

Hoy es recordado como el “piloto de tormentas” que tuvo la difícil misión de sacar al país de una de sus crisis más profundas y promotor del industrialismo nacional.

Carlos Pellegrini, el precursor de las ideas industrialistas en Argentina y el presidente que tuvo que afrontar la crisis de 1890, nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1846, durante los últimos años del período rosista. Era hijo de María Evans y del ingeniero Carlos Enrique Pellegrini, quien había llegado al país desde Italia en 1828 contratado por el presidente Rivadavia para la realización de obras del puerto de Buenos Aires.

Pellegrini aprendió a leer y a escribir y los primeros rudimentos del francés y del inglés en su casa, donde tuvo como maestros a sus padres.

Fue presidente de la República de Argentina entre 1890 y 1892. Fue hijo del ingeniero franco-italiano Carlos Enrique Pellegrini y de una dama británica, lo que le valió el apelativo de El Gringo. Cuando era estudiante se alistó como voluntario en el Ejército y participó en la campaña del Paraguay. Estudió derecho en la Universidad de Buenos Aires, especialidad en la que se doctoró en 1869. Su ingreso en la política se produjo en las filas del Partido Autonomista de Adolfo Alsina.

En el Parlamento

Durante los debates producidos en 1875 en torno al liberalismo o el proteccionismo, se mostró como un vehemente partidario de la adopción por parte del Estado de políticas de protección de la incipiente industria nacional y fue uno de los promotores de la fundación del Club Industrial.

Dijo, entonces, en uno de sus discursos parlamentarios: «Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata la industria naciente. La agricultura y la ganadería son dos grandes industrias fundamentales; pero ninguna nación de la tierra ha alcanzado la cumbre de su desarrollo económico con solo estas industrias. Las industrias que las han llevado al máximun de poder son las industrias fabril, y la industria fabril es la primera en mérito y la última que se alcanza, porque ella es la más alta expresión del progreso industrial».

Durante sus dos años de gobierno demostró sus condiciones políticas. Pudo sacar al país de la crisis y permitió la realización de elecciones libres en la Capital, lo que posibilitó la elección como senadores de Aristóbulo del Valle y Leandro N. Alem.

Culminó su mandato el 12 de octubre de 1892 transmitiéndole el mando al Dr. Luis Sáenz Peña y se retiró momentáneamente de la vida política hasta ser electo nuevamente senador en 1895.

En 1906, fue electo diputado pero al poco tiempo cayó gravemente enfermo y tras un mes de lenta agonía falleció el 17 de julio de ese año.

Dijo en uno de sus últimos discursos:

«Nuestra historia política de los últimos quince años es la historia política sudamericana: círculos que dominan y círculos que se rebelan; opresiones y revoluciones, abusos y anarquía. Pasan los años, cambian los actores, pero el drama o la tragedia es siempre la misma; nada se corrige y nada se olvida y las bonanzas halagadoras, como las conmociones destructoras se suceden a intervalos regulares cual si obedecieran a leyes naturales. Los unos proclaman que mientras haya gobiernos personales y opresores, ha de haber revoluciones; y los otros contestan que mientras haya revoluciones, han de existir gobiernos de fuerza y de represión. Todos están en la verdad, o, más bien, todos están en el error.»  Autor: Felipe Pigna. Imagen: De Alejandro S. Witcomb. – La fotografía en la historia argentina.

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