Don Vicente «El Aventurero»
Por Marina Ferrer.- Me gustaría contarles las cosas que a mi viejo le apasionaban o hacía por gusto, distintas a las que se conocen de él debido a su protagonismo como la figura pública que fue.
Papá, Alberto Vicente Ferrer, nació en Devoto el 19 de abril de 1927. Sus padres eran de Xixona, un pueblito cerca de Alicante, España. Allí todo tiene que ver con el turrón y las almendras. Más de un riograndense habrá probado las garrapiñadas que Vicente hacía y repartía, próximo a las fiestas de fin de año.
Estudió en Capital Federal y a los dieciséis años entró en la Armada Argentina. Cuando le tocó como destino Ushuaia, no sólo conoció y se enamoró de una fueguina, Saida Martínez, mi mamá, sino que también lo hizo de la isla y sus paisajes. Aquí nacimos mi hermano Carlos Alberto y yo, Marina.
Amaba Tierra del Fuego y a su gente… aquí encontró su lugar en el mundo.
Un loco por los caballos y las cabalgatas y, si eran complicadas, mejor. Descubrir rincones recónditos, andar por senderos difíciles, era su propuesta. Una vez lo acompañé con un grupo de treinta jinetes, aproximadamente, a conocer las Termas, remontando el río Valdez cuando era apenas un charquito y el sendero casi inexistente. Mi hija Indiana heredó esta pasión.
Fue esquiador con las tablas de madera, le gustaba patinar y ya de grande, tenía su equipo de esquí de fondo, con el cual un año participó de la Marcha Blanca. Ganó el premio al participante más longevo que terminó la vuelta. Con el bono que le dieron como premio le compró las primeras tablas a mi hija Martina.
Era entusiasta, amaba los deportes y la natación, tanto que era uno de los que, en estas aguas gélidas, se zambulló varias veces.
A pesar de que le gustaba la caza y la pesca, fue el primero que me dio consejos ecologistas.
Nos íbamos de campamento y, obviamente, no había que dejar nada de basura, e incluso, si encontrabas algo tirado debías recogerlo y, además, tomar todos los cuidados al apagar el fuego.
Un día yendo a Ushuaia, muy cerca del camino, vimos humo, un principio de incendio, nos bajamos y ya había gente trabajando. Entonces, nos sumamos al pasamanos de agua que sacaban del chorrillo. Ese era mi viejo, comprometido con todo y enseñaba con el ejemplo. HACEDOR POR NATURALEZA.
En el baúl del auto había casi de todo, por ejemplo, su montura, aperos, botas de goma, pala, etc.
Siempre contaba esta anécdota: una vez, manejando por el Paso Garibaldi todo nevado, se encontró con un auto metido en un montículo de nieve, esos que dejan las máquinas al limpiar la ruta. El conductor estaba sacando la nieve con las manos, tratando de despejar las ruedas. Mi viejo paró y se acercó al señor. El Sr. le preguntó: -Usted no tendrá una pala? Y mi papá, le responde: – Yo sí… y usted? El hombre lo miró como para mandarlo… Cómo terminó el cuento, mi viejo sacando la pala del baúl y ayudando al hombre a salir de la nieve.
Las plantas eran otra pasión. Actualmente en el fondo de su casa, entre tanto verde, hay un manzano que dio frutos. Y ahí está… inolvidable… en su patio, rodeado de diferentes especies. Los chicos que iban decían que era un bosque, muchos saltaban el cerco para comerse las frutillas y cosecharle las papas. Pero no sólo era su jardín el que cuidaba, más de una vez podó el rosal de un vecino que daba a la calle, casi sin permiso de sus dueños porque le parecía que lo necesitaba. Era peligroso con la tijera de podar que, obviamente, tenía en el baúl del auto.
Amaba navegar. Una noche, cuando yo tenía once años, llegamos a la Hostería Petrel, ahí le prestaron una canoa. Había una luna increíble. El lago Escondido planchado. Fue así que él me regaló un paseo inolvidable.
Amigazo de los asados y del folklore, del Padre Zink y de don Matías Bistch. Cada tanto sacaba de la manga un recitado y otras tantas veces se vistió de gaucho para desfilar por las calles de Río Grande.
Antes de ser abuelo de mis hijas, ya era de los hijos de mi hermano, pero en Tolhuin había muchos nietos del corazón que, cuando lo veían llegar, lo rodeaban, porque siempre… siempre, tenía caramelos en los bolsillos.
Así era mi viejo… DON VICENTE.
Lo extraño, pero lo veo en miles de detalles de esta ciudad, de esta isla y de su gente, que hizo suya y a la cual amaba.