El artista de 73 años, que está realizando la gira “Sting 3.0”, mostró las canciones de su etapa solista adaptadas al formato trío. Antes del show, el bajista, cantante y compositor tuvo un encuentro cumbre con Charly García.
“Sting 3.0” es el nombre de la gira que actualmente tiene ocupado al otrora líder de The Police, y que en la noche del domingo lo trajo de regreso a Buenos Aires. Si la última vez que actuó en la ciudad, en el Hipódromo de Palermo, ocho años atrás, lo hizo para presentar el que en ese entonces era su más reciente álbum, 57th & 9th (2016), y con el plus de que entre los músicos de esa formación de encontraba su hijo Rufus en la guitarra, en esta ocasión el músico inglés se subió al escenario del Movistar Arena (con una segunda función pautada para el lunes) despojado de excusas y conceptos. Es cierto que el anuncio de su regreso, en septiembre pasado, causó sorpresa, y esto se tradujo en sendos sold out, pero no se entendía muy bien lo que venía a hacer. Aunque tampoco tiene que haber una razón para ello.
De todas formas, en noviembre último, en la antesala de su actuación en Los Angeles, le preguntaron a qué se debía esta vuelta al trajín de los tours, a lo que el artista de 73 años contestó: “Todo mi modus operandi es la sorpresa. No quiero que la gente esté completamente segura de lo que voy a hacer a continuación. Ésa es la esencia de la música para mí. Y nadie esperaba un trío en este momento”. Además, añadió: “Me gusta desmantelar las canciones hasta dejarlas en su esquelético esqueleto y disfruto de que sigan siendo lo suficientemente resistentes como para soportar ese tipo de desmantelamiento. Las hace más duras y también más claras. Hay aire entre los instrumentos que permite que el oído se relaje un poco. Pero podés cambiar de dirección en un instante”.
Y exactamente eso fue lo que aconteció en este reencuentro con el público local. Sting es uno de los músicos que enalteció ese formato en el rock, antecedido por Cream y sucedido por Nirvana. Al menos en la capital argentina, la última vez que se lo vio tocando con un trío fue en la reunión de The Police, en 2007, en cancha de River. Ahora la novedad era apreciar las canciones de su carrera solista adaptadas a esta usanza, tal como pasó cuando desenvainó “Englishman in New York”, cuya impronta, si bien respetó la estructura original del tema, tuvo que adaptarse a la ausencia del saxo soprano de Branford Marsalis y al aporte de Mino Cinélu en percusión. Lo que sí honró a rajatabla Chris Mass, el baterista de esta encarnación, fue el solo que rompe con el pasaje jazzero, manufacturado por Manu Katché.
Algo similar ocurrió con “Never Coming Home”. El guitarrista argentino Dominic Miller, mano derecha del artífice británico desde hace muchos años, camufló a la canción de Sacred Love con dos himnos de The Police: en el inicio con “Bring on the Night” y al final con “When the World Is Running Down, You Make the Best of What’s Still Around”. Y hasta algunos temas de la legendaria terna experimentaron la renovación. Quizá al que mejor le sentó el maquillaje, porque tampoco es que estas reinvenciones sufrieron una transformación total, fue “Spirits in the Material World”. A falta de esos sintetizadores que generan el clima fantasmal, Sting, que habló lo justo y necesario durante el show, eligió llevar a la configuración reggae que sujeta a la canción hacia una instancia más roots e incluso dub.
Los primeros antecedentes de los que se tengan registros en los que el artista, dueño de una voz, estampa y carisma plenos, formateó sus temas se remontan a 1986. Al mismo tiempo de que The Police publicaba una nueva versión de “Don’t Stand So Close to Me”, apareció en el alba de su carrera solista el disco en vivo Bring on the Night, donde las canciones del grupo probaron una personificación más jazzera. En ese sentido, la grabación más reciente en la que el bajista, cantante y compositor le dio otra vuelta de tuerca a su música data de noviembre, cuando el ensamble suizo Thélème lo llamó para reconstruir “Shape of my Heart” en el disco All We Get is Life. Al igual que el resto de las piezas del álbum, que adapta composiciones de John Dowland y John Cage, el hit de 1993 nada entre la música clásica y la contemporánea.
“Shape of my Heart” también fue de la partida en este retorno a Buenos Aires, aunque manteniendo la sencillez que inicialmente la distingue. Sin embargo, el recital, de casi dos horas de duración, arrancó con “Message in a Bottle”, de The Police, a la que le siguió “If I Ever Lose My Faith in You”, de su carrea en solitario. Y así se mantuvo un rato: alternando su obra grupal con la unipersonal. A “Every Little Thing She Does Is Magic” le pisó los talones “Fields of Gold”, y antes de “Mad About You” tocaron “Synchronicity II”, partícipe del último disco de estudio del trío, despejada de la vehemencia treintañera que le dio vida con la intención de adecuarla a la adultez. Para muestra de que su esencia se preservó intacta, apenas la canción comenzó a tomar forma el público salió eyectado de sus asientos.
A pesar de la austeridad de la puesta en escena, los temas tuvieron un motivo que los acompañaba en las visuales. “Wrapped Around Your Finger”, por ejemplo, apeló por velas, basándose en su video. En este último, Sting, quien previo al recital tuvo un encuentro cumbre con Charly García, aprovechó la impronta minimalista de la canción para llevarla hasta una circunstancia dub, lo que sirvió para bajarle un cambio. Afín a lo que sucedió con “Can’t Stand Losing You”, mechada en el cierre con la hipnótica “Reggatta de Blanc”. En tanto que “Walking on the Moon”, dub oscuro como pocos, fue interpretada con ese mismo inglés jamaiquino que la inspiró. Anteriormente a esto, sonaron “Driven to Tears”, “Fortress Around Your Heart” y “I Wrote Your Name (Upon My Heart)”, flamante single con sabor a country rock.
La reconciliación del artista con el reggae tuvo como disparador el disco que firmó con Shaggy en 2018, 44/876, a los que le siguieron The Bridge (2021) y My Songs (2019), donde replantea y reacondiciona sus hits. Lo que funcionó como antecedente de este tour. De lo que pudieron dar fe “So Lonely” o “Desert Rose”, en la que Miller hizo magia con su guitarra para erigir el sonido norafricano que atraviesa al tema. También fue notable la efectividad del baterista luxemburgués, que supo congeniar en el diálogo de la base rítmica con el bajista y cantante. Y eso volvió a quedar de manifiesto en “King of Pain” y “Every Breath You Take”, hito que dio pie para el bis. Volvieron a escena para hacer “Roxanne” y “Fragile”, en el que Sting se colgó la guitarra acústica y sentenció que los clásicos sólo están en los anticuarios.