Lo dijo Josefina Urueña, propietaria del local Cocochos, primera mercería de la zona que después de 41 años cierra sus puertas. El Sureño conversó con Josefina , acerca de las más de 4 décadas de trabajo, el merecido descanso, y cómo se ve la vida desde el otro lado del mostrador.
RIO GRANDE.- Después de 40 años de atender el negocio Cocochos, para Josefina Urueña es hora de descansar. Llegó junto a su esposo, en 1968, feliz por haberse independizado. Nació en el barrio porteño de Liniers, a sólo ocho cuadras del Club Vélez Sársfield, pero asegura que no se va de Río Grande y que se siente más fueguina que porteña.
El negocio empezó hace 41 años, cuando Josefina estaba embarazada de Sandra, su tercera bebé. Pero Josefina y su esposo llegaron en el año ’68, y en Río Grande había más nieve, más viento y la ciudad era de aproximadamente diez cuadras de extensión. No había calles de asfalto, ni siquiera en el centro.
“Pero resultó que otro compañero de él, que venía también, no le gustó el lugar. Nosotros estábamos de novios en ese momento, y él vino a reemplazar a un compañero que salió de vacaciones. Pero cuando vino el otro compañero, no quiso quedarse y entonces me llamó por teléfono”, cuenta Josefina.
Hablar por teléfono desde Río Grande a Buenos Aires era un tema también complicado: “La comunicación era por el teléfono, pero con la conexión de radio la operadora te iba diciendo ‘dice tal cosa’, y vos le contestabas, no se entendía nada. Así que la operadora te retransmitía. Después, mi novio, entonces, volvió a Buenos Aires, nos casamos, y nos vinimos para acá”, recuerda.
Más allá del frío, la nieve, y lo pequeña de la ciudad, Josefina asegura que desde el primer momento la ciudad le gustó: “A mí me encantó. Porque en esa época, estando en tu casa era ‘qué estás haciendo, a dónde vas, a qué hora volvés’, y yo ya tenía más de 21 años, así que para mí fue como sentirme libre, porque encima era hija única, y acá me independicé. Llegamos en 1968, y vivimos un año en la pensión de Oyarzo, que todavía está en Moyano y Belgrano, justo en la esquina”, comenta entre sonrisas.
La distancia con Buenos Aires era mucha, y más difícil de recorrer, al padre de Josefina el viaje no le hacía gracia: “él me decía que no, quería que se vaya mi novio y cuando vuelva que me casara. Así que yo le dije a mi mamá, ‘ya tengo 22 años y soy mayor de edad, y me quiero casar así que me caso por las buenas o me caso por las malas’. Pero después estuvo todo bien, mi papá era rezongón no más y en esa época era muy lejos para venir para acá por tierra en auto, se tardaba más de cuatro días. Había vuelos pero bajabas en Río Gallegos y después tenías que hacer trasbordo”, cuenta la mujer.
Josefina insiste en que esa etapa que empezó cuando fundó Cocochos, ya terminó: “Ahora quiero descansar un poco y disfrutar. De Río Grande, no me pienso ir. Pero hay una etapa para cada cosa. Cuando comenzamos con el local, yo tenía los dos hijos mayores, eran chiquitos. Y trabajaba en Radio Nacional, que está acá a la vuelta. Yo había empezado como administrativa, pero como hacía falta personal, me propusieron hacer un pequeño programa, y yo entonces me acordé de los tangos que escuchaba mi papá, así que tenía los domingos un programa en el que pasaba tangos, y leía desde un librito que tenía, sobre tangos”, recuerda Josefina.
En ese momento, la señora que cuidaba de sus hijos queda embarazada y Josefina también se entera que estaba embarazada: “Ya no podía trabajar fuera con tres chicos pequeños. Entonces se me dio y con otra amiga pusimos este localcito acá mismo, bien chiquito, era una piecita no más. Teníamos una pocas cositas y bueno, después fue creciendo; tiempo después ella ya no quiso seguir así que yo le compré su parte, y de a poquito el local se fue agrandando”, sigue explicando.
El nombre del local surgió después de probar y probar palabras que convencieran a ambas mujeres; “Fueron tirando nombres hasta que salió ‘Cocochos’ y les gustó a las dos. Les parecía simpático”, agrega su hija Sandra, mientras trae una foto sacada en el local en el año 1995.
Josefina no era modista ni costurera, pero sí se acordaba de su mamá que, desde chica la llamaba cuando cosía o hacía arreglos en las ropas: “Ella me decía, ‘¿ves?, porque algún día si lo necesitás, esto se hace así…’ y entonces un poco, todo eso me ayudó y me motivó”, comenta.
En Cocochos hay gente que pasa un poco a comprar y más a saludar. Estos días sin embargo, debido a las ofertas, hay mucho movimiento y poco tiempo para charlas. Para Josefina, día a día, semana a semana, pasaron ya más de 40 años atendiendo a los vecinos de la ciudad en su local: “Hay mucha gente que uno las conoce de cara, si es alguien que uno tiene una amistad, pero después el resto uno no sabe porque es mucha gente la que entra. Quizás aparecen chicas jóvenes que uno reconoce de cara, que no sabés hija de cuál clienta será o de donde los conocés, pero sí son varias las personas que vienen hace tiempo. A mí también la memoria, cuando pasan los años, uno se va olvidando, y me rompo la cabeza pensando quién era”, dice entre risas.
Josefina asegura que el rubro le gusta, porque a la hora de vender, también se puede ver el paso del tiempo: “Y, hay de todo. Si cambia la moda, cambia la ropa; pero un hilo es un hilo, para la ropa de ahora o la de antes. La tela es la tela, varían los dibujos, varían las calidades. Los botones, los detalles”, explica Josefina.
Y agrega: “El rubro se mueve, la verdad, hay gente en el local. Porque no es sólo que venden telas, se venden lanas, un montón de cosas. Aparte también hay gente que está aprendiendo a hacer cosas. Desde manijas para carteras, arreglos de cosas para la casa, cortinas, otras cosas”.
Josefina asegura que sigue siendo muy raro que los hombres vayan a su local: “yo diría que casi no vienen hombres a comprar, generalmente son las mujeres las que cosen, en un año entero, entrarán dos o tres. Después hay gente que va evolucionando y muchos van aprendiendo a coser o gente que llega de otras partes y si sabe coser comienza a hacerlo. Yo no pregunto, pero me doy cuenta por lo que compran. Entre la gente hay de todo. Hay gente que es excelente, y hay gente que me ha reprochado ‘usted, porque tiene el negocio, esto o aquello’, y a mí el negocio no me cayó de arriba. Tuve muchas épocas malas, cuando la hiperinflación, por ejemplo. No es sencillo, pero siempre hay que ver la voluntad que uno pone. Hay gente que es muy trabajadora y ha luchado mucho para levantar su negocio”.
En cuanto a la falta de habilidades básicas que tienen los jóvenes hoy, Josefina dice: “En la escuela cuando yo era chica te enseñaban algo de costura o cómo hacer arreglos. Y la verdad que es útil. No te van a enseñar a hacer un vestido, pero por lo menos a coserse un botón o algo. Y a los varones también, así como hay mujeres que pintan su casa o arreglan enchufes”.