Amenaza de muerte a las ballenas jorobadas

Navegación en aguas del estrecho de Magallanes amenaza de muerte a las ballenas jorobadas. El tránsito de buques por esa zona aumenta el riesgo de colisiones, donde los cetáceos pueden sufrir lesiones o morir. Una investigación realizada por Instituto Smithsoniano indica que la población de ballenas aumentó un 300% en 17 años, pero se redujo drásticamente en 2019.

Los científicos recomiendan limitar la velocidad dentro del estrecho de Magallanes en temporada de ballenas.

RÍO GRANDE.- Las ballenas jorobadas corren el riesgo de lesión o muerte por eventuales colisiones con buques que transitan por el estrecho de Magallanes, en el suroeste de Chile, donde estos mamíferos se alimentan en el verano, advirtieron científicos del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI).
Tras rastrear el movimiento de las ballenas jorobadas migratorias (Megaptera novaeangliae), los científicos constataron el peligro que supone para estos grandes mamíferos chocar con embarcaciones en el Estrecho, el área acostumbrada para su alimentación en los meses de noviembre y abril en la temporada de verano.
Richard Condit, coautor y modelador del estudio, dijo que otras investigaciones que conoce “sólo consideraron el riesgo promedio de todas las ballenas, pero las ballenas con mayor probabilidad de sufrir colisiones son aquellas con un riesgo más alto que el promedio”, lo cual, indicó, es “una gran ventaja (al momento) de rastrear individuos”.
Condit destacó que “durante el período de estudio, la ballena marcada con la mayor tasa de encuentros fue encontrada muerta”, señaló un comunicado del STRI (por sus siglas en inglés).
Según con el estudio, las ballenas jorobadas realizan “uno de los viajes migratorios más largos de cualquier mamífero en la Tierra”, con la población del hemisferio sur que pasa el verano alimentándose en la Antártida y Chile y en el invierno en las “cálidas aguas tropicales” del Pacífico Norte de América del Sur y América Central, hasta Nicaragua.
El estudio, desarrollado en el sur de Chile donde cada verano se alimentan unas 100 ballenas jorobadas, destaca que esta es una “una población lo suficientemente pequeña como para que las colisiones ocasionales con buques tengan consecuencias trascendentales”.
Los científicos colocaron transmisores satelitales para rastrear a 25 ballenas por varios años, a fin de comparar sus movimientos con los de las embarcaciones que atraviesan el Estrecho, una zona usada como ruta marítima para el comercio internacional.
En estas investigaciones descubrieron que cada ballena estaba cerca de un buque unas siete veces por temporada.
Con los registros logrados con este rastreo, los investigadores descubrieron que los animales diferían en la frecuencia con la que se encontraban con las embarcaciones: desde menos de 1 hasta 18 encuentros por temporada.
Los investigadores observaron que la mayoría de los buques, grandes cargueros y tanqueros, exceden el límite de velocidad que el estudio recomienda en las cercanías de este sitio de alimentación de ballenas.
En los últimos diez años, tienen registros de, por lo menos, seis ballenas accidentadas de esta forma. “El 99% de las que fueron atropelladas, nunca sabemos dónde están. Nos pudimos enterar en algunos casos gracias a que los mismos pescadores, en los alrededores de la isla Carlos III, habían encontrado alguna ballena”.
El investigador de STRI Héctor Guzmán recuerda, a su vez, a un ejemplar que se descubrió en isla Dawson y fue marcada en Carlos III. “La ballena tenía toda su mandíbula dislocada, por lo que debió ser un golpe muy grande”.
Se calcula que la población de jorobadas en el Estrecho aumentó casi 300 % en 17 años, alcanzando entre 110 y 100 individuos en el 2016 y 2017, y luego disminuyó gradualmente a 65 individuos en el 2019.

Recomendaciones
Este nuevo estudio permitió a los científicos proponer recomendaciones de políticas públicas para reducir el riesgo de colisiones de ballenas con los buques.
Entre las recomendaciones está el limitar la velocidad dentro del Estrecho de Magallanes e instalar un observador obligatorio a bordo de todos los buques comerciales en la temporada de alimentación de ballenas.
“Como el estrecho de Magallanes tiene unos 550 kilómetros, la recomendación que hacemos es que en ese pedazo en que ellos atraviesan, frente a la isla Carlos III, que es la zona principal de alimentación, que son menos de 20 kilómetros, bajen la velocidad a 10 nudos. Y eso solamente se haga en los cinco meses del año en que están las ballenas alimentándose, en primavera y verano. Otra recomendación que hacemos es que haya observadores que ayuden a las embarcaciones no solamente a navegar con seguridad, sino que den aviso de la presencia de ballenas”, indicó Guzmán.
“Si la ballena tiene 15 metros de largo, un barco tiene 300 metros, imagínese la escala, y si las golpean, ni se dan cuenta y por eso no hay estadísticas sobre los accidentes”.
De hecho, en la base de datos que tienen, en la que comenzaron a trabajar con la ballena Sei, como la que se encontró en Porvenir, “tenemos una que aún está transmitiendo y es para volvernos locos, porque prácticamente estamos contando los días para que la atropellen. Entra y sale hacia el sector de Bahía Inútil, para alimentarse”.