Benito Fava y Kathleen Hutt

UNA VIDA ENTRE PUNTADAS.

Por Catalina Fava.- Con solo 21 años llegó a Río Grande nuestro padre, Benito Fava, acompañado de su mamá, Carmela Cacciola. Ellos dejaron atrás su Scilla natal para iniciar una vida nueva lejos de la guerra que azotó a su amada Italia.

En Río Grande lo esperaba su hermano Antonio, quien trabajaba como peluquero en la casa del fotógrafo de la ciudad, Don Zorjan.

Benito venía con una profesión que había aprendido desde los doce años y aquí pudo desarrollarla convirtiéndose en uno de los primeros sastres de profesión de la población. En esa época tenía muchos clientes, pues no había muchas tiendas de ropa y no se viajaba tan a menudo como ahora.
Dos años más tarde, en 1958, nuestra madre Kathleen Malvina, aprovechaba unas vacaciones de la empresa de Teléfonos de Punta Arenas en la que trabajaba, para visitar a su hermana Gwendoline Hutt, quien vivía con su esposo e hijos en Estancia Sara.

Fava, un verdadero profesional de la costura junto a su esposa, incondicional a la hora de acompañarlo en su trabajo.

Los amigos, los lugares habituales en la ciudad, provocaron el encuentro que en 1960, dio inicio a esta familia fueguina, con dos hijas, cuatro nietos, cuatro bisnietos y otro en camino.
El primer hogar de nuestros padres fue en calle Rosales “frente a la Escuela Nº2”, como decían ellos. Allí nacimos sus hijas Patricia y María Catalina.

Benito, con su profesión de sastre, fue el sostén económico de la familia y Kathleen, amorosa madre y compañera de vida, trabajó junto a él en la Sastrería, colaborando con los detalles de terminación de las prendas y poniéndose al hombro el cuidado de la casa y de las hijas.

Al cabo de diez años cumplieron el sueño de la casa propia en la calle Don Bosco. Entre los dos y con mucho trabajo y esfuerzo, fueron dando forma a su vivienda, en una de las últimas calles del pueblo. Criaron gallinas, conejos, patos y cultivaron su propia quinta… luego con invernáculo… y durante varios años tuvieron que ir a buscar el agua al pozo, a la vuelta, por Perito Moreno, donde generosamente los vecinos cedían la entrada a todo el barrio hasta que pasaron los caños de agua por la zona. También la luz se cortaba por las noches, de modo que se cenaba temprano y luego venían los juegos de mesa con la lámpara de aceite, hasta la hora de dormir.

Con el paso del tiempo los Fava presenciamos el crecimiento de la ciudad, con la llegada del asfalto a nuestra calle y la aparición de nuevos barrios y modernos servicios para la época, como la televisión, y luego el teléfono fijo. Hoy la casa que alojó a la antigua “Sastrería Fava” está enclavada en la zona céntrica de la ciudad.

Benito Fava y Kathleen, y sus hijas Patricia y María Catalina.

En sus años de sastre, nuestro padre trabajó haciendo prendas para hombre y para mujer. Fue un profesional muy reconocido en el pueblo por sus trabajos realizados con detalle y perfección. Realizaba trajes de hombre, tapados de dama con delicadas telas, polleras y pantalones a medida y el evento familiar eran los vestidos de novia… Cuando esto ocurría, la mesa del comedor se convertía en taller de trabajo y la casa se cubría de lienzos blancos para mantener en perfecto estado la inmaculada tela. Nuestra madre fue su mejor asistente, ayudando a la par para concretar esos pedidos tan exigentes.

Pero no todo era trabajo en la casa de los Fava… Con sus propias manos nuestro papá construyó el primer trineo de madera y compartimos los inviernos jugando en el hielo y armando los muñecos de nieve cada año en la vereda. Todos los domingos era día de paseo y cine. Cuando el tiempo lo permitía íbamos a la playa a jugar con la arena y tomar un poco del escaso sol del año. De lo contrario, la cita era el cine Roca y sus continuados de películas.
En los veranos era común ir al campo con los vecinos a comer “un rico asado al palo” y de a poco ir conociendo la bella isla que habitábamos. Pasaron muchos años hasta que por fin pudimos conocer Ushuaia y los bellos paisajes del sur de la Isla.

Nuestra abuela Carmela vivió con nosotros hasta el final de su vida y muchos domingos la cita del mediodía era en la casa del tío Cacciola (sobre la calle Rosales al 600, pasando la avenida Belgrano). Allí las pastas y los recuerdos de Italia fueron el motivo para el encuentro. Más adelante, esa costumbre continuó en la casa del tío Antonio Fava. Para ese entonces ya se habían sumado al menú las empanadas gallegas de tía Maruja, que era especialista en elaborar comidas con productos del mar (cholgas, pulpitos, centollas, locos y todo aquello que sirviera para traer al recuerdo su infancia en España. Nosotras guardamos en el corazón esos domingos de infancia con nuestras primas Nana e Isabel.

Nuestra abuela materna, “Nanny” Lily Coleman, vino de visita en algunas ocasiones y tuvimos la oportunidad de disfrutar de sus delicias, pues era especialista en hacer lemon pie, lemon chesse y dulces de calafate o de zarzaparrilla. Ella, oriunda de las Islas Malvinas, aprendió de jovencita la profesión de su padre, que fue pastelero.
Nuestros padres también tuvieron su veta artística, cada uno a su manera.

Mamá amaba la lectura y sus momentos libres eran para el bordado con diseños en punto cruz. Hizo bellísimos manteles y servilletas que adornaron nuestra mesa familiar. También le gustaba tejer a dos agujas y fue la creadora de las primeras mantitas para sus nietos y bisnietos. Sus moldes de pan y el apple tart eran el regalo más ansiado de los que conocían su cocina. En la época del conflicto bélico, ella colaboraba solidariamente con los soldados apostados en la ciudad, cocinando pan para ayudar a alimentarlos y cosiendo chalecos para sus uniformes.

Papá era un verdadero profesional de la costura. El ideaba la prenda solicitada, y a partir de ese momento, centímetro en mano, comenzaba el riguroso trabajo de tomar medidas y armar los moldes en papel. Para ello dibujaba, cual arquitecto, con su gran escuadra de madera y las tizas blancas hasta obtener el perfecto diseño. Luego el trabajo de cortar, hilvanar, hacer pruebas y dar las costuras finales para culminar con creaciones dignas de una pasarela. No es solo que haya sido nuestro padre… es que realmente fue un sastre exquisito. Y como si eso fuera poco, tenía una veta histriónica y pudo mostrar sus dotes actorales en los primeros escenarios fueguinos, junto a un hermoso grupo de vecinos que amaban el teatro y se juntaban a ensayar en sus escasos tiempos libres para ofrecer un espectáculo a los vecinos. En los tiempos difíciles de conflicto, nuestro padre participó activamente como jefe de manzana, recorriendo el barrio durante los oscurecimientos.

En sus últimos tiempos antes de la jubilación, Benito trabajó en el vivero municipal y como sereno en la Casa de la Cultura y en Rentas.
Nuestros padres llegaron a estas tierras muy jóvenes y aquí armaron su historia. Este ha sido SU LUGAR y así lo dejó plasmado Benito en algunas poesías en que pudo expresar su amor por su familia, por esta tierra y su profunda admiración por los antiguos moradores de este lugar, con quienes tuvo el placer de compartir algunos momentos de su vida, como Angela Loij.
Seguramente no he contado ni la mitad de todas las experiencias que ellos vivieron, pero sin dudas he recorrido su vida a través de instantes importantes.

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