Para buscar seres extraños, la mayoría de las personas miran hacia el cielo. Pero si miraran hacia abajo, más precisamente hacia el mar, descubrirían que ya viven entre nosotros.
Estos entes tienen cerebros, pero están dentro de sus tentáculos: cada extremidad actúa como si tuviera una mente propia.
Hablo de los pulpos, claro. Estos animales, junto a sus familiares cefalópodos, calamares y sepias, son algunas de las criaturas más raras de nuestro planeta.
Si a los científicos les ha costado adentrarse en las mentes de nuestros parientes más cercanos, los simios y los monos -sin mencionar a mamíferos más distantes como delfines o elefantes- con los pulpos es aún más difícil.
Nuestro último ancestro común con ellos existió probablemente hace unos 800 millones de años.
Aunque sabemos que son capaces de escurrirse por agujeros de dos centímetros de tamaño, abrir frascos y camuflarse, aún nos desconcierta cómo y por qué el pulpo pudo desarrollar un cerebro diferente al de casi cualquier otra criatura inteligente.