Todos en algún momento de la vida nos conectamos con el dolor emocional. Ya sea debido a la pérdida de un ser querido, a la falta de trabajo, a la soledad o a la enfermedad. Independientemente de lo que ocurra afuera, lo que importa es lo que ocurre adentro, como explico en mi reciente libro Soluciones Prácticas. Es decir, nuestra actitud frente a ese dolor.
La mejor actitud que podemos asumir cuando sufrimos es accionar para que el dolor no se perpetúe en el tiempo. Siempre podemos hacer algo para agotarlo. El dolor no se debe ignorar sino experimentar durante un período de tiempo hasta lograr agotarlo por completo.
Necesitamos encontrarle un significado o darle un sentido al dolor. Cuando surge una crisis, tenemos la sensación de que nuestra vida se ha terminado. Pero la mayoría de la gente, después de un tiempo de sufrimiento emocional, aprende a priorizar ciertas cosas en su vida que en el pasado solían ser secundarias. Es decir, que comienzan a enfocarse en lo que es realmente importante.
¿Te pasó alguna vez no poder dejar de pensar en una situación negativa que viviste? A todos nos pasa el darle vueltas a un asunto en nuestra mente durante días o meses (algunos incluso durante años). Es entonces cuando uno debe tomar la decisión de detenerse y decir: “¡Basta! Voy a sentir el dolor que esto me provocó, a gastarlo y a seguir adelante con mi vida”.
Cuando no logramos hacer esto, por lo general, quedamos atascados en el pasado y nos perdemos la posibilidad de disfrutar de todo lo bueno que el presente tiene para ofrecernos. De nada sirve seguir llorando indefinidamente por lo que ocurrió. Mientras hay sufrimiento, todo está oscuro. Podríamos compararlo con un pozo negro que se forma con las lágrimas que derramamos.
Pero incluso un pozo que es llenado por agua de lluvia puede transformarse en una fuente de bendición, de respuestas, de esperanza, de amor incondicional, tanto para uno mismo como para otros. Cuando pasamos por una época de dificultad, todos poseemos la capacidad y la fortaleza para convertir ese dolor en un “don” para ayudar a los demás. Mi sufrimiento puede ser una fuente de bienestar para quienes me rodean.
Heridas de hechos tan terribles como abusos, maltratos, separaciones, pérdidas de todo tipo, etc., por mucho que nos duelan, pueden ser sanadas y cambiadas en una misión en la vida para sembrar lo bueno en otros. Quien ha sufrido tiene plena autoridad para decirle a alguien que está sufriendo: “Yo atravesé lo mismo, yo sufrí como vos, pero lo dejé atrás… ¡y vos también lo vas a hacer! La vida vale la pena ser vivida”.
El dolor, por incomprensible que parezca cuando lo atravesamos, no debería tener otro significado que conducirnos a volvernos mejores seres humanos y a convertir lo negativo en algo positivo que deje huella y toque la vida de muchos. Nadie tiene más autoridad que la persona que sufrió y no se dio nunca por vencido sino que sigue de pie. No hay otro héroe o heroína mayor.