Familia Vergara

Desde 1970 en Tierra del Fuego

Por Juan Manuel Vergara.- ¿Cuándo comienza una historia? ¿Cuándo se inicia o cuándo nace un sueño..? Creo que la historia de nuestra familia comenzó en algún momento de la adolescencia de mi padre, mientras la vida transcurría en su Catamarca natal, contemplando la idea de viajar y establecerse en otro lugar.

El llamado al servicio militar lo trajo junto a muchos jóvenes de la época hasta la Patagonia, más precisamente a Comodoro Rivadavia; ciudad en pleno auge del petróleo en ese momento. Al finalizar el mismo se quedó a trabajar pasando por varias empresas petroleras, YPF entre ellas y otras extranjeras más tarde. Luego conocería a mi madre, oriunda de un pueblito cercano a la cordillera, Río Zenguer. Ella se destacaba por ser una excelente cocinera, por lo que algunos años después inaugurarían un restaurant en pleno centro de la ciudad. Ya habíamos nacido mi hermana Clara y yo, cuando en 1970, la empresa Bridas Cactus, decide trasladar a mi papá hasta Río Grande, “un pueblito en una isla al final de la Patagonia”, según recuerdo que me explicaron en esos años. Mi madre cerró el restaurant un año después; que por cierto funcionaba muy bien; y nos vinimos en micro hasta Río Gallegos, en donde tomaríamos un avión de LADE para llegar a la isla.

Vivimos unos meses en el hotel Miramar, lugar donde hoy funciona una agencia automotor, en plena Av. Belgrano y Mackinlay. Luego nos mudamos al lado del hogar de ancianos en calle Ameghino. Allí nació mi hermano Jorge Paulo, mis padres se hicieron amigos de Doña Jovita, dueña del hotel, quien tiempo después sería la madrina de bautismo del recién llegado. Pronto mi madre se transformaría en la cocinera del restaurant “La Rueda”, sito en la esquina del Hotel; y después en la del restaurant del Hotel Atlántida, (antes de su incendio total). Al tiempo, también sería una de las cuatro cocineras del Hospital Regional. En esa época ya estaba trabajando en el mismo la conocida Hermana Carla, la cual nos dio catecismo antes de tomar la comunión.

Papá Juan Bernardo Vergara.

En ese tiempo las empresas petroleras estaban creciendo muy rápido en Tierra del Fuego y se hizo necesaria la creación de un Sindicato. Mi papá lo inauguró al ser elegido como el primer Secretario General de Petroleros Privados. Entonces, y debido a su función, comenzó a viajar bastante seguido a Buenos Aires, generando algo de preocupación en nosotros que éramos chicos, dado que era una época difícil y violenta. Cuando terminó el mandato del sindicato, papá volvió a trabajar en el campo, continuó como Secretario de su gran amigo Juan José Degratti. Éste y Manuel Avila serían las dos excepciones a una de sus reglas: “El trabajo por un lado y los amigos por otro”.

Con los años y, luego del conflicto con Chile en 1978, mi madre renunció al hospital y se dedicó a nuestra crianza y de una nueva hermanita, Paula Mariana. Ya habíamos construido la casa propia en la calle Forgacs, última arteria del pueblo. Allí mi mamá, Robustina Gutiérrez, siguió dedicándose a la comida, dando viandas, cocinando locros, pan casero, tortas y cuanto plato le pidieran. Ella le daba una mano a quien lo necesitara, aún sin conocer a la persona y sabiendo que quizás no le pagarían. Cruzando la calle Colón estaba el alambrado y el campo. En el patio teníamos gallinas de todos los colores, algunos patos, un ejército de pollos, algunos cerdos, una oveja negra que le regalaron a papá en una estancia y un cordero. Estos últimos salían a pastar por la mañana y a la tardecita regresaban y se guardaban solos en un pequeño corral. Ambos murieron de viejos. Los cerdos no, ya que se carneaban y esto hacía que todos los vecinos del barrio vinieran por algo. ¡Era declarado día festivo prácticamente!

Aún no había agua en esta zona, por lo que debíamos ir a buscarla a un pozo que tenía en el patio la familia Martinic. Era la casa de referencia por su color verde claro… en medio de la pampa.

En esas épocas era muy común ir al bosque los fines de semana a comer un asado entre la mayoría de las familias petroleras. Las mujeres hacían mates, tortas fritas y los hombres jugaban al fútbol, algunos con botines de seguridad.

Retrato de mamá Robustina Gutiérrez, año 1950.

Durante el conflicto de Malvinas yo estudiaba en la facultad de Comodoro Rivadavia y mi papá trabajaba en una empresa que estaba ampliando la pista del aeropuerto local. Había varios comentarios entre los riograndenses, que los ingleses querían atacar este lugar; ello, más los continuos oscurecimientos y la angustia propia de la situación, provocó que mi mamá falleciera a los cuarenta y cuatro años de un derrame cerebral. Mi padre quedó destruido. Mis hermanos eran muy pequeños; entonces una vieja tía viajó desde Comodoro Rivadavia para darle una mano con la casa y los chicos, por unos meses. Yo dejé los estudios y me quedé a trabajar. Pensamos que el tiempo se encargaría de cicatrizar heridas, pero papá nunca se recuperó de esa pérdida tan dolorosa.

En 1996, con 62 años, un cáncer de estómago fulminante se lo llevó también. Nunca regresó a su pueblo natal. “El pueblo donde nació el niño Dios, respondía siempre que le preguntaban de dónde era. Se refería a Belén, pueblito de Catamarca. Lugar donde años después encontraríamos algunos parientes que aún lo recordaban: “Tu papá no le tenía miedo a nada” me decían… si tenía que cruzar el río tormentoso con el caballo se metía y lo cruzaba! Sí. Así era el viejo, Juan Bernardo Vergara, con sus virtudes y sus errores… Coraje nunca le faltó…

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