En la noche en la que según la tradición de la Noche de Brujas o Noche de Halloween, la línea entre los vivos y los muertos se difumina, te explicamos un curioso y terrorífico experimento científico.
Halloween en el S.XIX
La urbanización del siglo XIX desató a los espíritus anárquicos de la nación, convirtiendo la travesía de las fiestas en un caos. Solo tenemos que imaginarlo. En una época pre-electricidad, sin luna. Estamos a finales de octubre, y la gente susurra: este es el tiempo de la brujería, la noche en que los espíritus de los muertos se levantan de sus tumbas y se ciernen detrás de los setos… El viento se levanta, y las ramas hacen clic como huesos de dedos esqueléticos. Llegas a casa, cierras rápido la puerta y escuchas de pronto un fuerte golpe en la ventana. Al darte la vuelta, te está mirando de reojo, una cabeza incorpórea y resplandeciente con un profundo agujero negro donde debería estar su boca. Lógicamente es solo una calabaza empleada por unos muchachos del pueblo y encendida por dentro con el talón de una vela. Pero te ha asustado. Normal.
Halloween en la América de principios del siglo XIX era una noche de bromas, trucos, ilusiones y anarquía. Las linternas de Jack colgaban por todas partes. Al igual que las calabazas y los desfiles actuales, todo era muy divertido; pero… con el tiempo, no lo fue.
A medida que Estados Unidos se modernizaba y urbanizaba, las travesuras se radicalizaron y, finalmente, incitó a un movimiento para sofocar lo que la prensa de mediados del siglo XX denominó el “problema de Halloween”.
Halloween nació hace casi 2.000 años en los países celtas del noroeste de Europa. Inmigrantes de Irlanda y Escocia trajeron sus supersticiones de Halloween a América en los siglos XVIII y XIX, y sus jóvenes, se convirtieron en los primeros autores intelectuales de la maldad. Los niños tendían cuerdas en las aceras para hacer tropezar a los viandantes a causa de la oscuridad, cortaban arbustos, rompían ventanas o las enjabonaban… incluso algunos bromistas cubrían los asientos de las iglesias con melaza en 1887 o manchaban las paredes de casas nuevas con pintura negra en 1891. En 1894 en Washington, doscientos niños usaron bolsas de harina para atacar a personas bien vestidas en los tranvías.
En esta era, cuando los estadounidenses generalmente vivían en pequeñas comunidades y conocían mejor a sus vecinos, el gruñón local solía ser el más afectado por las travesuras de Halloween. Los niños causaban problemas y los adultos sonreían con culpabilidad. Pero cuando los estadounidenses de principios del siglo XX se mudaron a centros urbanos abarrotados, llenos de los problemas de las grandes ciudades como la pobreza, la segregación y el desempleo, las bromas adquirieron una nueva ventaja. Los niños lanzaban ladrillos a los escaparates de las tiendas y pintaban obscenidades por doquier. Amenazaban con vandalismo si no recibían dinero o golosinas.
Algunos adultos comenzaron a contraatacar. Los periódicos de principios del siglo XX informaron de incidentes de propietarios de viviendas disparando perdigones a bromistas que tenían solo 11 o 12 años. El Consejo de la Ciudad de Chicago votó a favor de la abolición de Halloween y en su lugar se instituyó un “Día de la Conservación” el 31 de octubre.
Para aquellos nostálgicos sobre los viejos tiempos de travesuras, no todo está perdido. En 2008 unos bromistas de la ciudad de Nueva York decoraron un vagón del metro de Lexington Avenue como una casa embrujada.
Las bromas modernas de Halloween, ya sea en forma de espectáculo, broma de Internet, entretenimiento o subversión inteligente, es un regalo disfrazado, una oferta que suele ser tan divertida para el engañado como para el liante.
Producción: Jesús Nicolás/Audio y Textos: Sarah Romero