La reserva natural municipal de Paraná “Islote Curupí” combina cultura, ambiente, educación y turismo -y en un futuro también investigación nacional-, y el recorrido por sus paisajes transforma y convoca a tomar conciencia del cuidado de la naturaleza, en un lugar que no se intervino con ningún material contaminante para el ecosistema.
Por Federico Dambrine.- Los cerca de 500 metros de recorrido que van hacia una laguna, el corazón del islote, fueron construidos por menos de diez personas quienes, a mano y con amor por el lugar, esperan fondos provinciales para avanzar y crear museos, un centro de interpretación de dos pisos, dormitorios y aulas que se abastecerán con energía renovable.
Ubicado en el kilómetro 600 del río Paraná y a 400 metros de la costanera de la capital de Entre Ríos, el islote, de unas 18 hectáreas, se originó hace unos 100 años de forma artificial: se arrojó una barcaza vieja y chatarra para tener un puerto con mayor calado, ya que los barcos se dañaban contra el muelle.
El correr del tiempo y del río permitió que se junte arena y limo hasta formar un banco; la corriente de agua se desplazó sobre la costa; y se formó un paraíso que conserva las características naturales de la zona, con selvas en galería y una gran flora y fauna acuática.
En 1991 un empresario obtuvo la concesión para establecer un shopping náutico y un hotel con estacionamiento para yates. Inmediatamente comenzó las obras y desarrolló un refulado (elevación del terreno con arena) hasta unos 7 metros.
Los trabajos avanzaron pensando que el río nunca alcanzaría esa altura pero en 1992 una histórica crecida elevó el nivel del agua a 7,60 metros, y se abandonó el proyecto.
Tres años más tarde, la ciudad le otorgó el poder a la asociación ambientalista “A Ñangarecó Nderejhe” (Cuidemos lo que es de todos, en guaraní), que se dedicó a cuidar y preservar el islote, aunque sin desarrollar nada hasta el 2022.
Tras varios meses de reuniones entre el municipio, asociaciones, ambientalistas y gente con conocimiento del río y la isla, a principios de ese año comenzaron y en abril terminaron las obras.
El paseo no necesita reservas, se puede realizar viernes, sábados y domingos de 9:00 a 18:00, y tiene un costo que actualmente varía entre 1.600 y 2.000 pesos, incluyendo el ingreso y el boleto de las embarcaciones que salen desde la ciudad.
Entre semana las visitas están destinadas a contingentes especiales como empresas del país y de vecinos como Bolivia y Uruguay, y para escuelas de Paraná, ciudades cercanas e incluso de otras provincias.
Por día, llegan entre 80 y 100 estudiantes; mientras que los fines de semana largos como Semana Santa, cerca de 800 personas conocen el islote y disfrutan de actividades especiales y paseos gastronómicos.
Luego de navegar por poco más de 1 minuto con maravillosas vistas desde el agua, las embarcaciones llegan a las pasarelas que son cuidadas manualmente con aceite de lino, no tienen materiales contaminantes, se adaptan al entorno y cuentan con, por ejemplo, árboles en el medio.
El recorrido está a cargo de la Asociación, que también trabaja para evitar la destrucción del Islote; su limpieza; e investiga el comportamiento del río, flora y fauna.
El paseo y los miradores en puntos estratégicos están orientados para el conocimiento de la ecorregión, su biodiversidad, paisajes y riquezas, y para disfrutar de la tranquilidad natural.
Patos silbadores, yararás y culebras de varios tipos, el lagarto overo, comadrejas, iguanas, tortugas de agua y de laguna, carpinchos, teros reales, pájaros carpinteros, caráus, chajá y biguá, entre otros, conviven en el islote.
Sin embargo, los ejemplares son escurridizos y se ocultan muy bien en las alturas y por debajo de la vegetación, y pocas veces son vistos. También está repleto de sauces, ceibos en flor, sangre de Drago, ortigas gigantes, cambará, timbó blanco, papas de río, con la particularidad de que cada planta fue llevada hasta allí por el río y los animales.
Como parte del producto “Río, Naturaleza y Aventura” y de la “Marca Paraná”, en la que distintos sectores trabajan para cuidar el ambiente y desarrollar turismo, la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica (AEHG) local apadrina la isla con varios aportes.
A mitad de camino una zona de descanso con troncos convertidos en bancos invita a compartir un mate, una mirada o un silencio con el río que corre y con las cientos de especies de aves y sus sonidos.
Todo un conjunto de atracciones, con guías e información en cada rincón, que busca fomentar la educación y lograr preservar el patrimonio natural y cultural, incentivando a generar acciones en cada visitante.
Se trata de una actividad “educativa, turística y de concientización y contacto con la naturaleza”, destacó a Télam el secretario General de la intendencia de Paraná, Nicolás Parera.
El recorrido actual termina en una laguna que funciona como hogar de peces que dejan sus huevos allí, para que hasta que sean larvas se alimenten durante su crecimiento y estén protegidas de depredadores.
A muy pocos metros, con un gran trípode de madera casero ya se establecieron las columnas de lo que será un centro de interpretación de dos pisos que tendrá un museo interactivo de flora y fauna, otro de culturas originarias, y un espacio de investigación permanente donde participarán universidades y el Conicet.
Siempre con madera, sin usar cemento, con materiales no contaminantes y paneles solares, el edificio irá conectado con otro espacio que tendrá dormis y un aula, que se podrá unificar en un gran espacio para contingentes de investigadores y estudiantes.
En ese sector, las escuelas y visitantes tendrán una visión “más abarcativa de la isla y se podrá interactuar con lo que están viendo en la isla mediante tecnologías y pantallas”, explicó Parera.
De todo el Islote, dividido en zonas roja, amarilla, y verde según la capacidad de intervención, solo el 0,2% se modificará con construcciones.
El proyecto permite “poner en valor el paisaje ribereño, concientizar sobre su importancia y cuidado y sumar después de muchos años un nuevo espacio para disfrutar”, declaró el intendente, Adán Bahl. “No se trata solo de un producto turístico nuevo, sino también de cuidar lo nuestro y tomar conciencia sobre la importancia de lo que tenemos”, acotó.
Pero la matriz principal es que “todos los paranaenses y visitantes formen parte y se involucren en este proyecto”, señaló Parera, por lo que se lanzó el padrinazgo para que todas las personas que quieran puedan aportar una suma de 300 pesos.
“La idea es que mucha gente banque este proyecto más que un gran patrocinador para que esta joya turística natural trascienda gestiones, porque se recuperó algo donde no había nada y tiene que mantenerse, esté quien esté en el Municipio”, completó en diálogo con Télam.
Asimismo, en las próximas semanas se habilitará un voluntariado para colaborar en los trabajos de la segunda etapa de obras, que esperan fondos provinciales para continuar la construcción del Centro y seguir las pasarelas hasta llegar a los 800 metros.