Graciela Bialet insiste en la importancia de leer literatura en la infancia como forma de expandir el repertorio de lo posible y lo conocido, despertar la imaginación e indagar en temas o zonas que a veces son difíciles en su relación con lo real, como la dictadura o los abusos, cuestiones que ella misma ficcionalizó en algunos de sus libros orientados a los más chicos y a las más chicas.
BUENOS AIRES (Télam).- En el último tiempo la literatura infantil y juvenil ha sido foco de censura o de revisión por utilizar imágenes o formas de nombrar “incorrectas” a los parámetros de hoy, como lo que ocurrió con las reediciones de algunos libros de Roald Dahl.
¿Cómo salir del atolladero sin caer en un relativismo ligero sobre la ficción y al mismo tiempo sin clausurar?
-Graciela Bialet: Ninguna, ninguna lectura ni literaria ni documental ni periodística ni de ningún género puede ser leída fuera de su contexto de producción. Si leemos un libro científico de medicina del siglo XVIII, muchas cosas nos parecerán absolutamente absurdas vistas desde el hoy. Y lo interesante que tiene en general la lectura y, puntualmente la literatura, es que te permite abrir los ojos para darte cuenta que hay realidades tan disímiles como culturas y como tiempos de la humanidad.
Ese atolladero de lo políticamente correcto para las infancias me parece un absurdo y que la forma de salir de esa encrucijada es hablando de las cosas de frente. Si no, en ese sentido, vamos a terminar también aboliendo el tango porque todas sus letras reflejan una realidad de control patriarcal sobre la vida femenina. No es cuestión de quitar sino de exponer para entender que hemos evolucionado tanto que podemos hoy pensar en que aquello que fue escrito en ese momento, bajo esas circunstancias históricas y sociales y culturales, hoy pueden ser modificadas. Precisamente, la literatura abre al diálogo intercultural, intergeneracional.
Chesterton lo dijo perfecto cuando dijo que los cuentos de hadas son más que reales. No porque les enseñen a los niños que existen los dragones, sino porque les dicen que se puede derrotarlos. Los cuentos de princesas, los cuentos de reyes y hadas sirven para tal vez hablar de si es válido o no la monarquía. Los cuentos que hablan sobre las guerras, en tal caso, serían buenos para hablar sobre los abusos de todo tipo. Claro que hoy los escritores jóvenes, los escritores contemporáneos, van a ir cada vez puliendo su discurso, porque el escritor escribe desde su contexto histórico, ético y cultural.
A Roald Dahl hay que leerlo para poder levantar la mano y decir “pero ¿en serio solo eran rabiosos tales o cuales?”. Eso es abrir al diálogo y despeja la problemática absurda que se ha lanzado contra cuentos clásicos.
Los cuentos clásicos están y seguirán estando. Es como querer cambiar la historia. La historia, y acá me voy con Lito Nebbia, si la escritura la escribieron los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. Bueno, leamos para ver cuál es la otra historia ¿no? Y leamos de todo.
-T: – En este sentido ¿de qué si debiera hablar la LIJ y de qué no para decirlo de algún modo?
– G.B: La LIJ tiene que hablar de todo. La buena literatura infantil es la que trata a los chicos como personas en estado de infancia y no como ñoños receptores de lo que el mundo adulto dice que debe ser.
-T: ¿Y en tus libros orientados a infancias pensás en eso?
-G.B: Yo siempre he preferido los temas más revulsivos, los que han sido considerados tabúes por mucho tiempo. Por eso escribí “Los sapos de la memoria” en los años 90, cuando todavía nadie quería hablar con los niños de la dictadura, ni de los hijos, ni de los niños desaparecidos. O “El que nada no se ahoga” sobre un pececito que solo quiere ir a buscar espejitos de mica para que su mamá vea lo linda que se ve cuando ríe, pero en realidad hay una vieja bigotuda del agua que es amiga de sus padres y que lo roza con sus aletas pegajosas en el bajo vientre y él quiere escapar y no sabe cómo nadar porque tenía dificultades y nadaba para al revés, era diferente.
Personalmente rehúyo de esa literatura ñoña que, como diría Graciela Montes, mantiene a los chicos adentro de un corral que en realidad no existe. Y trato de sacar, de abrir la puerta de ese corral y desnudar una hipocresía del mundo adulto y sus prejuicios con los libros pero no con que los chicos jueguen a jueguitos digitales donde explotan todo tipo de cosas y saltan chorros de sangre de aquí para allá y se matan unos a otros.