La maldición del diamante Hope

En el Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington podemos ver el diamante más famoso del mundo, que tiene una historia de desgracias y muertes a sus espaldas.

Su historia, o su leyenda, comienza hace cientos de años con un grupo de agricultores del sur de la India, en la meseta de Decán. Allí los lechos de ríos que se han ido secando a lo largo de los siglos han proporcionado la mayoría de los diamantes más antiguos del mundo. Esos agricultores descubrieron un objeto de aspecto cristalino, oscuro, de poco más de 20 gramos. Si la piedra hubiera sido pequeña habría viajado a Golconda, donde los mercaderes negociaban el valor de los diamantes sentados a la sombra del antiguo fortín. De hecho, hasta principios del siglo XVIII casi todos los diamantes del mundo pasaban por allí. El comercio se hacía fundamentalmente con Indonesia, y se cambiaban por alcanfor, pimienta y azufre. Luego acababan en China o en Europa, traídos por los holandeses.

Pero este diamante azul era muy grande y quedó en posesión de los reyes de Golconda, que solían “adjudicarse” las mejores piezas para lucirlas en sus elefantes, tronos o ropajes. Curiosamente, las piedras más cristalinas y sin color eran las más preciadas, pero solo la casta sacerdotal de Brahma podía vestirlas. De los azules se pensaba que los dioses los guardaban con un celo extremo, pues tenían el color del cielo. La leyenda cuenta que el Hope fue colocado en el ojo de un dios Hindú de identidad desconocida, y fue robada por un ladrón a las órdenes del famoso aventurero y comerciante francés Jean-Baptiste Tavernier, que entre 1631 y 1668 visitó Asia en seis ocasiones. Sus descripciones tremendamente vívidas de sus viajes y las joyas que dijo haber visto llamaron la atención del joven Luis XIV. Algo llamativo porque Tavernier era hugonote y el Rey Sol los odiaba, pero como le gustaban más los diamantes se convirtió en su mayor comprador. El rey compró la gema, que aparecería en el inventario real como Diamante Azul de la Corona de Francia. Años más tarde la mandaría cortar rebajándola a 67 quilates (13,425 gramos).

Pero la maldición del Hope no se iba hacer esperar. En 1685 Luis XIV revocó el Edicto de Nantes y así recomenzar el exterminio de los protestantes franceses. Tavernier tuvo que huir abandonándolo todo, al igual que los maestros joyeros que habían convertido París en el centro del comercio europeo de las gemas. Estos protestantes huidos se instalaron en centroeuropa, más concretamente en Amsterdam, Brujas y Amberes. Mientras, Tavernier viajó a Suiza y luego a Moscú, donde se dice que murió destrozado por unos perros. La maldición empezaba a hacer sus estragos. Otra de sus víctimas fue el ministro de economía de Luis XIV, Nicolas Fouquet, al quien el rey se lo había prestado para que lo luciera en una recepción: al día siguiente fue arrestado por malversación y encerrado de por vida.

En este momento se le pierde la pista y no reaparece hasta que llega a manos de Luis XVI y María Antonieta, cuyo destino es bien conocido. El diamante, junto con otras joyas de la corona, fue robado de los almacenes reales (el Garde-Meuble). Y aunque la mayoría de los objetos fueron recuperados, el diamante desapareció. En 1812 se exhibió en Londres uno de igual tamaño y color. Diamantes tan valiosos suelen llevar consigo una historia pero este había llegado huérfano. Todo el mundo sospechaba que se trataba del French Blue, como se le llamaba en el mundo anglosajón: la talla era consistente con la que podría haberse hecho si hubiera sido cortado de nuevo. En 1823 lo compró el banquero holandés Henry Philip Hope, que le dio el nombre. En los años siguientes se dice que estuvo salpicado con distintos escándalos y en 1910, su manirroto descendiente, Francis Hope, tuvo que venderlo para afrontar las muchas deudas que había adquirido. El diamante pasó a las famosas oficinas de los hermanos Cartier, en la parisina rue de la Paix, que intentaron venderlo a cuantos maharajaes, nobles europeos o millonarios norteamericanos pasaban por allí. Al final lo compró la hija de un potentado de Colorado, Evalyn Walsh McLean, gracias a las buenas artes mercantiles de Pierre Cartier. Una mujer peculiar, que colocaba la preciada y supuestamente maldita joya a su perro cuando se aburría de llevarla, solo por ver la cara que se les quedaba a sus invitados. O en una fiesta de Año Nuevo en su mansión bajó las escalera vistiendo el Hope… y nada más.

La maldición del Hope hizo su efecto: su hijo mayor murió con 9 años. Su marido, Edward, se convirtió en un alcohólico –en cierta ocasión orinó en la pierna del embajador belga durante una recepción en la Casa Blanca-. Murió en 1933 en un asilo, ahogado por las deudas, su única hija se suicidaba y ella se enganchaba a los opiáceos. La casquivana Evalyn moría en 1947 a los 60 años a manos de una fatal combinación de cocaína y neumonía. En una de sus últimas columnas de cotilleo del Times Herald escribió: “Es algo extraño y temible cuánta gente que lo ha tocado ha tenido unas muertes no naturales y, en muchas ocasiones, horribles”.

La vida de esta pobre niña rica asentó la maldición del Hope en las mentes de sus admiradores, excepto en la del joyero neoyorquino Harry Wilson, que lo adquirió y lo presentó en sociedad como si fuera una celebridad de Hollywood. Y en 1958 hizo algo que sorprendió a propios y extraños: lo donó al Smithsonian, en lo que dijo que era un signo de agradecimiento al pueblo norteamericano de parte del hijo de un inmigrante ucraniano.

Realmente se trata de una historia acorde a uno de los diamantes más bellos; lástima que en su mayoría sea totalmente inventada. Tavernier murió apaciblemente con 84 años, el ministro Fouquet fue arrestado años antes de que Luis XIV comprara el diamante, María Antonieta probablemente nunca lo llevó encima e incluso Francis Hope sobrevivió a su bancarrota y murió a la edad de 75 años. A pesar de todas las historias que se han contado sobre los propietarios del Hope, la única persona que realmente sufrió un destino aciago fue Evalyn, y tuvo más que ver con su adicción a las drogas y a la vida disipada que con el diamante que colgó de su cuello.

Curiosamente, uno de los que más propagó y embelleció la leyenda del Hope fue Pierre Cartier. Cuando lo compró cometió un error de cálculo: creyó que iba a venderlo con facilidad. Así que Pierre decidió darle una vuelta de tuerca: potenciar la supuesta maldición de esta joya, vistiéndola con todo tipo de historias increíbles. Y Evalyn Walsh picó. Cartier diseñó la historia del ídolo y su robo posterior, pero no fue original: en 1910 la historia de los grandes diamantes solía comenzar en una estatua hindú. Así pasó con otro gran diamante, el Orlov, que le había regalado a Catalina II de Rusia su antiguo amante el príncipe Orlov. Según la leyenda, que fue creada por un pastor hugonote en 1783, había sido robado de un templo indio por un soldado francés. Semejantes historias a veces las creían los propios comerciantes, como en este caso Charles F. Winston, que lo compró y lo cortó en tres piezas para romper la maldición. Incluso las siempre serias casas de subasta propalaban, o se creían, estas historias. Según un catálogo de 1865 de Christie’s el diamante Ojo del Ídolo había sido comprado por un devoto musulmán y colocado en el ojo de un ídolo en Bengasi. Al parecer, a los expertos de Christie’s poco les importaba que los musulmanes no tuvieran ídolos en su culto ni que Bengasi se encontrase en Libia.

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