Luego de haber atravesado más de 13.000 kilómetros finalmente Jorge Gómez y su perrita Lola llegaron a Ushuaia. La aventura había empezado el 2 de enero de 2021 cuando el deportista de 57 años se montó a su bicicleta en Buenos Aires.
USHUAIA.- La historia de Jorge Gómez es una de esas dignas de conocer. Junto a su perrita Lola emprendieron, hace más de un año, una travesía en bicicleta que los llevó a recorrer más de 13.000 kilómetros y protagonizar todo tipo de aventuras.
A sus 57 años, con cuatro hijos y tres nietos, a este medallista panamericano de taekwondo y personal trainer que entrenó entre otros a Mauro Viale y su hijo Jony, el sábado 22 de enero se encontraba en Tierra del Fuego y sólo lo esperaban unos 100 kilómetros en bicicleta para unir Tolhuin con Ushuaia por la ruta 3 y terminar así en la capital de Tierra del Fuego lo que se convirtió en un inolvidable viaje que había empezado el 2 de enero del 2021.
El protagonista contó que ese día, hace un año, le dijo a Pachi, su mujer, que empezaba una nueva aventura, le dio un beso y un abrazo en el departamento a dos cuadras del Congreso en Buenos Aires y partió.
Sin pensarlo demasiado, encaró hacia el norte, pasó por su Weisburd su ciudad natal (Santiago del Estero) y después enfiló hacia el oeste para bajar por la 40 desde La Quiaca.
Un año y 20 días después llevaba más de 13 mil kilómetros pedaleados y Google le informaba que había recorrido casi el 30% de la circunferencia del planeta sobre dos ruedas. A pesar de ese enemigo tenaz que anuncia la polvareda, el viento. Con sol, con frío, con nieve, con lluvia, con ripio y piedras. Con una única certeza: “Para hacer esto tenés que ponerle el pecho y pedalear, hermano, tenés que pedalear. No hay otra”.
Pero esa madrugada daba vueltas y vueltas ya que estaba a punto de cumplir su sueño, sólo le faltaba ese tramo por la ruta 3 que sabía que lo exigiría al máximo. No estaba solo ya que lo acompañaba Lola, esa entrañable compañera que se subió a la bici en Salta, con 45 días y 800 gramos, la cachorra, que al principio asomaba la cabeza desde un bolso apoyado en el manubrio, al llegar al Fin del Mundo ya pesaba 20 kilos y su lugar en la bicicleta había cambiado por un carrito que le construyó Jorge, con una tela como cobertor para protegerla del sol.
La meta a la vista
Como deportista que sabe lo que es disputar finales y subirse al podio, la adrenalina en la previa de un gran momento no le resultaba algo desconocido. Pero no había caso, no podía conciliar el sueño en esa cama en el sótano de la famosa Panadería La Unión, donde Emilio Sáez (recibe a viajeros de todo el mundo) los había alojado junto a una pareja que esperaba un mejor clima para partir en bici con destino a Alaska y a la que le pidió perdón por los ruidos y la ansiedad. Pulgar para arriba.
Para recorrer los últimos 100 kilómetros, Jorge se levantó a las seis. Llovía y hacía frío, pero decidió salir igual una hora después. A las 11 escuchó el ruido de las turbinas y enseguida siguió con la mirada el avión en el que viajaba Pachi para el reencuentro en la capital de Tierra del Fuego.
Un largo recorrido
Luego de haber recorrido más de 5000 kilómetros, y ya en el Corazón de la Isla, a Jorge y Lola les quedaba un último tirón. Con la lluvia se veía poco en la ruta 3, era peligroso y tuvo que tirarse a la banquina, pero ahí había barro y ripio, todo se hacía más lento y el riesgo de pinchar como tantas otras veces, más grande. Sentía cómo el agua se le metía entre la ropa, pero al menos podía moverse para entrar en calor. En cambio, Lola no podía así que le reforzó la cobertura del carrito para que no se mojara.
“Otro día hubiera buscado un lugar protegido para armar la carpa y esperar tranquilo que pasara el vendaval. Pero ese día no. Ese día quería llegar”, cuenta Jorge.
Y llegó. Lo esperaban Pachi y un grupo de amigos que le dio el camino, seguidores de sus andanzas por las redes. Apenas pasó las columnas del portal de Ushuaia, se tiró a un costado. “¡Vamos Jorge!”, escuchaba entre aplausos.
Apoyó la cabeza en el manubrio. Y lloró. Lo abrazó fuerte Pachi y lloraron juntos. Con un par de ladridos Lola recordó que estaba ahí. “¡Llegamos Lola!” gritó Jorge y la alzó a upa para festejar. Ya eran cerca de las ocho de la noche, todavía había algo de luz natural, su sonrisa ya era enorme.
Me parece hermosa la aventura que compartieron. Ojalá reúna el coraje para hacer algo parecido antes que se me apaguen las velas. Son dos seres entrañables. Felicidades!!
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