Lo más representativo de la cultura criolla celebra su fiesta en San Antonio de Areco

78 Fiesta de la Tradición en San Antonio de Areco te espera.

 

BUENOS AIRES.- La ciudad bonaerense de San Antonio de Areco, conocida como la «Cuna de la Tradición», se prepara para recibir cerca de 90.000 turistas que participarán el 10, 11 y 12 de noviembre de fogones, peñas, asados y bailes populares organizados para la 78 edición de la Fiesta Nacional de la cultura criolla.

El pueblo además de ser un mojón cultural de la tradición, es sede desde 1939 de la Fiesta de la Tradición, la celebración gaucha más antigua de Argentina. Se trata de un acontecimiento nacional que se inicia ocho días antes con la Semana de la Tradición y cierra a lo grande con el impresionante desfile de paisanos y las destrezas gauchas en el Parque Criollo Ricardo Güiraldes.

Este año San Antonio de Areco celebrará el 78º Fiesta de la Tradición, es una festividad en la que Areco se muestra con su propia identidad y donde los únicos protagonistas son los paisanos, artesanos, músicos, bailarines y artistas: folclore puro y genuino, que le ha permitido a los arequeros ser custodios de las nobles tradiciones que componen el ser argentino. El gaucho, orgulloso del pasado, renueva en la Fiesta de la Tradición su compromiso por un estilo de vida estilo de vida atípico y fuertes valores de coraje, lealtad y libertad.

 

 

Un poco de historia

A sólo una hora conduciendo desde Buenos Aires por Ruta Nacional 8, la vasta planicie de las Pampas nos muestra su inmensidad. En San Antonio de Areco, ya llegamos a la cuna de la tradición.

Rodeados de paisajes salvajes y puros, estamos lejos de todo, listos para sumergirnos en la cultura argentina de los gauchos.

El escritor Ricardo Güiraldes vivió allí mucho tiempo, y un museo dedicado a la tradición gaucha lleva su nombre. En su libro Don Segundo Sombra, el escritor describe a un hombre pobre, aunque más rico que nadie, ya que no teniendo nada, no desea más. Esta visión idealizada ahora pertenece a la historia; los gauchos se establecieron y aumentaron el ganado en tierras de los estancieros. Sin embargo, encontrar estos centauros de las Pampas es una experiencia única. Su cultura aún es fuerte en tradiciones vivas.

En las calles coloniales, el tiempo parece haberse detenido y uno sólo tiene que ir a la mesa de una pulpería para convencerse. La decoración es la misma que hace un siglo, y nadie intenta cambiarla. Sin jamás dejar su boina, los gauchos van allí a pasar el tiempo, tomando una copa de vino para acompañar las coloridas conversaciones.

Las estancias y los pequeños pueblos rurales –Villa Lía, Duggan, Vagues- también ofrecen una calurosa bienvenida. Las tradiciones se respetan con gusto y refinamiento, aunque quizás con más gusto: cada comida nos da la posibilidad de disfrutar de un asado.

Los artesanos de San Antonio de Areco son otra de las atracciones de la ciudad. Dedicados al mundo ecuestre y más particularmente a los gauchos, realizan con inigualable maestría accesorios necesarios para los jinetes: típicos cinturones decorados con monedas (rastra), cuchillos de plata (facón), botas de cuero y mates. Dependiendo de su humor, es posible verlos trabajar en sus talleres. Y aquí también encontramos algo de la particular idiosincrasia del gaucho: nada se hace con prisa, y el trabajo debe hacerse con pasión. Estos hombres no son sólo artesanos, sino verdaderos artistas.

En San Antonio de Areco se transmiten desde varios siglos las tradiciones y costumbres inspiradas por los gauchos, pero el pueblo ha abrazado toda su fama tras la publicación en 1926 del famoso libro Don Segundo Sombra, que narra el encuentro entre un gaucho y un huérfano en la Blanqueada, una pulpería emblemática de la ciudad.

El poeta y novelista argentino Ricardo Güiraldes, autor de “Don Segundo Sombra”, es ganador del Primer Premio Nacional de Literatura por esta obra. Muchos historiadores y habitantes locales aseguran que para su personaje principal, el novelista se inspiró en Segundo Ramírez, un gaucho de la ciudad. Ramírez trabajó y vivió un tiempo en la estancia La Porteña (la cual pertenecía en aquella época a la familia Güiraldes), luego trabajó en la estancia La Fe, y finalmente se fue a vivir al pueblo para desempeñarse en la estancia La Lechuza.