Nuestra esencia

Trabajo duro siempre presente en nuestras vidas

Por Margarita y Mabis Becerra.- Hace muchos años llegaron a esta ciudad nuestros abuelos. Primero lo hizo Don Marcos Barría (abuelo). El comenzó a trabajar en la estancia Huasucue como capataz, años más tarde llega doña Dorila Vidal (abuela). Aquí se conocieron; en el año 1932 se unieron en matrimonio y siguieron los dos trabajando en la estancia.

A fines de diciembre del año 1932 nace el primer hijo, Américo Barría (Meco); después de unos años, en febrero de 1940, nace la segunda hija, Celmira Barría.

Siguen viviendo en la estancia hasta el año 1948 que fallece el abuelo Marcos. Ahí Dorila toma la decisión de venirse al pueblo con sus dos hijos. Fueron años muy duros, nuestra abuela consigue un terreno donde armó su casa y en la que siempre vivió, sobre la calle Rivadavia y Obligado. La abuela, después de enviudar, crió sola a sus hijos, nunca más volvió a formar pareja.

Celmira.

Recuerdo una anécdota vivida con mi abuela Dorila en el supermercado La Anónima, siempre que íbamos a comprar ella guardaba en el bolsillo de su tapado una lata de sardinas, porque decía que era muy cara y los del súper tenían mucha plata y no lo iban a notar.

Otra de las cosas que tenemos muy presente es la época de escuela, cuando las clases no se suspendían por nada, los inviernos eran muy crudos, íbamos caminando con lluvia, viento, nieve. Los cuatro hermanos fuimos a la escuela Nº2 “Benjamín Zorrilla”…”todavía nos parece sentir el aroma de la leche preparada por doña Mila”.

Años más tarde sus hijos hicieron su camino, aunque Meco nunca se alejó y vivió siempre con ella; en cambio Celmira, nuestra madre, se casa con el que sería nuestro padre, Don Becerra, con el que tuvo tres hijas: Margarita (mayor), Mónica y Mabis, la más pequeña. A esta última hija el padre no la conoció ya que se separaron antes de su nacimiento.

Después de su separación, Celmira comienza a trabajar en el Hospital Regional Río Grande en la parte de la lavandería, nosotras, sus hijas, quedábamos al cuidado de la abuela.

Después de algunos años mamá vuelve a formar pareja y nace su cuarto hijo, Pedro. Durante mucho tiempo compartimos el terreno con la abuela hasta que nuestra madre tuvo su propio lugar. Se situaba sobre la calle Libertad, donde hoy funciona una escuela, JIF. Con el padre de nuestro hermano estuvo muy poco tiempo y se separaron.

Mamá Celmira trabajó 17 años en el nosocomio local, en ese momento conoció a quien sería su último esposo, don Ernesto Aravena; con él tuvo dos hijas más: Elia y Angelina. Es así que, en el año 1978, renuncia al hospital y un año más tarde toman la decisión de irse de Río Grande.

Su destino fue Las Golondrinas (Chubut), allí nuestra madre dedicó su vida al cuidado de sus dos hijas más pequeñas, al hogar y al trabajo del campo.

En el año 1994 sufren la pérdida de nuestra hermana con solo 19 años, ese fue un golpe muy doloroso para la familia y del cual costó reponerse.

Vivieron allí hasta sus últimos días, sólo volvieron a Río Grande para visitar a las hijas, nietos y amigos que habían quedado por acá…

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