El grupo icono del indie se hizo un lugar en el rock con temas de perdedores resentidos y melancolías derrotistas.
Cuando se anunció la vuelta de Pavement a Buenos Aires, la primera sensación que seguramente embargó a muchos fue la de escepticismo, más que de alegría o sorpresa. Y eso es bastante feo, sobre todo si se trata de una banda icono de toda una generación. Pero por más que pareciera una actitud derrotista -lo que también es consecuente con esa misma progenie-, fue comprensible. Especialmente por esos fans que habían ido expectantes a la primera visita del grupo estadounidense, y que habían vuelto a casa con sabor a poco. Aquello había sucedido hacía 12 años, en La Trastienda, a través de dos shows cuya asistencia se tornó en una especie de metáfora de lo que se pudo ver en escena. Esa noche, o al menos en la segunda de esas noches, el vaso estuvo medio lleno. Esa performance pálida parecía un trámite administrativo.
Stephen Malkmus, cantante principal y guitarrista, estaba más preocupado por marcar tarjeta e irse. Era el desenlace de esa gira, que significó la primera reunión de Pavement, tras la separación en 1999. A diferencia del último show de esa encarnación, en Londres, donde el músico se esposó al pie del micrófono para simbolizar lo que significaba para él estar en una banda, esa vez no había ataduras. Aun así, al frontman se lo notó fastidiado e incómodo. Nada que ver con su debut porteño como solista, en el mítico Unione e Benevolenza: pese a la precariedad de la actuación, en la que incluso advirtió que tenía que salir de escena para hacer pis, estuvo divertida y se lo vio animado. Aunque quizá haya sido una cuestión de sugestión de la animosidad, porque pocos meses atrás el país se había visto envuelto en un estallido social.
Para felicidad de todos, en la noche del miércoles en C Complejo Art Media este héroe del indie se pareció mucho al de aquel desembarco inicial. Aunque la caótica situación de país que contiene a este regreso no dista de la de aquella vez, Malkmus no sólo volvió contento y acompañado por viejos colegas, sino que mostró el gran músico que es. Eso, amén de buen compañero y estupendo performer. También estaba conectado con el momento (apoyado por el buen audio que hubo). De hecho, apenas terminó “Gold Sounds”, celebró jubilosamente, batiendo sus manos con los puños cerrados, la consumación del tema, como si las cosas estuvieran saliendo bien. Toda una sorpresa para un grupo que se hizo un lugar en la tradición del rock norteamericano con temas de perdedores resentidos y melancolías derrotistas.
Esta segunda revancha de Pavement, con ellos mismos y con la capital argentina, los encontró radiantes, incluso en los pasajes más oscuros del recital. Esas dos horas de canciones, recuerdos y desconciertos fueron una constante demostración de la sobrevaloración que existe sobre el imaginario de lo joven. Como si eso fuera la fuente de la vida, la carrera contra el tiempo. El éxito radica en comprender que la contemporaneidad es el sumun de la inmortalidad. Ya lo demostraron el lunes en Niceto otros cincuentones, Tortoise, capaces de llevar la perfección hasta lo sublime. Y los nativos de Stockton volvieron a corroborarlo. “¡Amigos!, estuve soñando”, versa “Our Singer”, devenido en una suerte de manifiesto de este show. De esa manera, con esa suerte de vals lo-fi, arrancó la ceremonia.
Del tema incluido en su álbum debut, Slanted and Enchanted (1992), siguieron con otro de su siguiente disco, Crooked Rain, Crooked Rain (1994): el sucio y desprolijo “Silence Kit”. Entonces apareció su himno “Stereo”, que aún preserva esa candidez desopilante. Así como había sucedido un rato antes, el grupo dejaba de manifiesto esa cualidad suya para construir canciones (de desarrollo progresivo) que eran alimentadas desde el principio y hasta el final por toda fábrica de chiches sonoros. Pero esbozados por guitarras que no suenan como tal, bajos que pueden servir para otra cosa y percusiones que tienen un dejo robótica japonesa. Todo esto en tan sólo 10 minutos. A continuación, en “Starlings of the Slipstream”, bajaron uno, dos y tres cambios, hasta llegar a un estado de languidez tan profundo que retuerce la voz.
Del tema incluido en su álbum debut, Slanted and Enchanted (1992), siguieron con otro de su siguiente disco, Crooked Rain, Crooked Rain (1994): el sucio y desprolijo “Silence Kit”. Entonces apareció su himno “Stereo”, que aún preserva esa candidez desopilante. Así como había sucedido un rato antes, el grupo dejaba de manifiesto esa cualidad suya para construir canciones (de desarrollo progresivo) que eran alimentadas desde el principio y hasta el final por toda fábrica de chiches sonoros. Pero esbozados por guitarras que no suenan como tal, bajos que pueden servir para otra cosa y percusiones que tienen un dejo robótica japonesa. Todo esto en tan sólo 10 minutos. A continuación, en “Starlings of the Slipstream”, bajaron uno, dos y tres cambios, hasta llegar a un estado de languidez tan profundo que retuerce la voz.
En la previa de “Here” bromearon con la intro de “Seven Nation Army”, clásico de los White Stripes, y más adelante hicieron lo mismo con “Another One Bites the Dust”, de Queen. Sin embargo, el chiste no se entendió, al igual que cuando Malkmus presentó a los integrantes de la banda con nombres de tenistas sudamericanos. Eso habla del estupendo estado de salud del vínculo entre los músicos, porque en varios pasajes el show tomó forma de ensayo abierto. Esta formación de Pavement también tiene a Bob Nastanovich (voces y percusión), Steve West (batería), Mark Ibold (bajo), Scott Kannberg (guitarra y voz) y a la flamante integrante: Rebecca Cole (teclados). Iban a salir de gira en 2020, pero la pandemia le propuso los planes hasta 2022, cuando largaron a tocar en su California natal. Y valió la pena la espera.
En “Blackout”, country y punk arrearon un cierre galopante, mientras que en “Shady Lane” sacaron chapa de su don para la canción. Y en “Harness Your Hopes” no dudaron en asomar su veta pop. El introspectivo “The Hexx” inició otro segmento cargado de matices, profundizada por una fabulosa reinvención de “Type Slowly”, que en el medio del tema se tornó en un tributo a The Velvet Underground: fue como si la hubieran fracturado para condimentarla con más lisergia. Volvieron al filo del indie de la mano de “In The Mouth A Desert”, lo que siguió en “Debris Slide”. Para el bis, hacía fila una terna (in) mortal de hits: “Grounded”, “Cut Your Hair” y Box Elder”. Pero en el medio esperaba toda una proclama de principios”: “Fight This Generation”. Y es que como dice la canción, “la vida aún está por llegar”.