Thomas Clemens Hansen y Rosa Faúndez Ruiz

Mucho más que un legado

Por Tomás Clemens.- La consigna era escribir sobre mis padres, pero opté por compartir el relato en vida de mi madre (y en memoria de mi fallecido padre), sobre su historia, que da origen a mi historia:

“Comenzaba agosto, allá por el año 1957. Llegamos al hotel Argentino sobre Av. San Martín y ya dentro de la habitación, por una ventana que daba a la calle, pude contemplar las casas vecinas y su paisaje cubierto de nieve. El frío calaba hondo y la estufa a kerosene se hacía insuficiente. Volamos por avión desde Río Gallegos y a esa ciudad también en avión desde Punta Arenas. Con 18 años y 5 meses de embarazo, junto a mi esposo Thomas de 25 años. Esa fue nuestra primera noche en Río Grande, “el pueblo” que para ese entonces contaba con unos tres mil habitantes”, recuerda mi madre.

“Al día siguiente nos trasladamos a Estancia Sara para hacernos cargo de la sección 30, cerca de San Sebastián. La segunda noche fue en la casa de empleados de la estancia y ahí el primer contacto social local, entre ellos el segundo administrador, Federico Baya; el capataz Nicolás Martinovic, el contador Víctor Almonacid y un joven cadete, Jorge de las Carreras. Finalmente, al tercer día, arribamos “al 30”. La comunicación con la familia era sólo por correspondencia y teníamos una radio y un tocadiscos a pilas. La ropa se lavaba a mano con una tabla de madera y al pueblo sólo íbamos dos o tres veces al año”.

“A principios de diciembre nace nuestro primer hijo “Richi” y otra odisea más, viajando a Punta Arenas para su nacimiento”.

“Luego de cuatro años, en junio de 1961, nos trasladamos a la administración de la estancia Ruby, perteneciente a La Armonía SA, y tiempo después, en marzo de 1963, llega nuestro segundo hijo Tomás, cuyo parto fue en la clínica del doctor Pacheco, en calle Rosales frente a la plaza Almirante Brown”.

“La vida de campo era bastante dura, pero guardo los más lindos recuerdos, entre ellos la crianza de los hijos, los amigos, el cuidado de los jardines, una huerta que proveía frutillas y ruibarbo para mermeladas. Teníamos incubadora para los pollitos, incluso una máquina para hacer crema y manteca”.

Thomas Clemens y Rosa Faúndez, mis padres, en los inicios del año ’60, en el campo.

“En invierno solíamos patinar en una laguna cercana y en verano infaltables los paseos al lago Yehuin o lago Fagnano, muchos asados y navidades con las familias Mora, Munin y Chebel. También era tradición familiar la recolección de hongos en verano cuando asomaba el sol luego de una lluvia y que comíamos fritos o conservados en escabeche.

Con la venta de la estancia Ruby, al retirarnos en 1974, mi esposo Thomas deja un importante legado para la ciudad y es la tradicional “Fiesta del Ovejero”. Le propuso su idea al doctor Adrián Bitsch y juntos organizaron la primera versión: ¡48 años ya de eso”!

“Para 1976, ya instalada en la ciudad, confeccionaba tejidos a máquina, muchos a pedido y junto a mi amiga “Pitina” Lorente viuda de Mora, vendíamos cosméticos por catálogo. Mi esposo continuaría luego como administrador de la Estancia San José junto a su dueña Cristina MacKay y luego, en sus últimos veinte años de vida como administrador de la estancia El Salvador, donde cumplió el sueño de mejorar la finura de sus lanas”.

“Pronto serán 65 años viviendo en la isla y 46 en esta ciudad. En el camino la triste partida de mi hijo Richi, mi esposo, mi nuera Liliana y también de grandes amistades forjadas en el tiempo. Una vida cargada de historias y que me dio dos hijos, cinco nietos y tres bisnietos”.

“Hoy mi vida transcurre en paz, simple; disfruto el caminar, hacer yoga y de un pequeño jardín e invernadero que me provee de lechugas, arvejas, papas, frutillas, frambuesas, grosellas. La mejor terapia es disfrutar de lo que te apasiona.”

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