El 11 de febrero es el día Mundial de la Mujer y la Niña en Ciencia. Tan solo dos días antes, hace 102 años, nacía Christiane Dosne Pasqualini, quien festeja su cumpleaños, imagino en pandemia, un poco aislada y rodeada por algunos de sus hijos, nietos y bisnietos, y sus hermosas bibliotecas llenas de sus queridos libros y recuerdos. Es por esta razón que me parece una excelente idea homenajearla en este día particular, una motivación para todas las mujeres en la ciencia y para las mujeres que aman lo que hacen y además eligen formar una familia.
La vida de Christiane puede leerse en su libro Quise lo que hice, que para muchos de su discípulos bien podría haberse titulado Hice lo que quise, y que ha sido la fuente de inspiración de la exitosa obra de teatro, el unipersonal de Belén Pasqualini, su nieta, titulada Christiane. Para conocer su producción científica es muy sencillo: ir a Pubmed o a Google y ver sus trabajos (búsqueda por Pasqualini CD), es por eso que en esta breve reseña quiero destacar algunas huellas que nos ha dejado a sus discípulos.
Una de sus características que la destacan es el amor a la vida, la alegría de vivir lo cotidiano, joie de vivre, como siempre dice, logrando que todas las acciones se transformen en algo placentero. Destaco su honestidad científica, la búsqueda de la verdad, siempre con estándares muy altos, resaltando la importancia del uso de buenos controles y la repetición de los experimentos. Nunca le importó que se mantuvieran en secreto los resultados porque lo divertido era contarlos, compartirlos y enriquecernos de las discusiones. Tampoco le importaba que adhiriéramos a proyectos escritos, priorizaba seguir el camino de los resultados destacando que la originalidad no surge de lo que escribimos en proyectos, la realidad es más compleja que lo que pensamos al escribir un proyecto. Por sobre todas las cosas, nos enseñó a tener confianza en nuestros resultados, seguir nuestras intuiciones sin importar si contradecían los dogmas de la época, porque los dogmas van y vienen, pero el resultado nos dice una verdad, hay que aprender a leerlo, y si no lo entendemos ahora, quizás en unos años sí.
Su vida fue siempre muy disciplinada y ordenada, contrastando con la vida de sus discípulos llenas de avatares económicos, personales o familiares, cosa que le costaba comprender. Fue generosa con otros investigadores, sobre todo con los del interior del país, ayudándolos a crecer, y generosa con su tiempo ya que muchos solicitaban su ayuda para la escritura en inglés, y lo hacía con mucho gusto. En su último editorial publicado en la revista Medicina titulado La vida te regala 30 años, aprovéchalos, se puede ver claramente la satisfacción con la que siente haber vivido a su manera (I did it my way, lo hice a mi manera) [MEDICINA (Buenos Aires) 2015; 75: 48-50], como si estuviera enamorada de su propia vida.
A las mujeres nos apoyó siempre. Como madres, nos permitió ir menos tiempo cuando los bebes eran pequeños porque sostenía que para no perder el tren era mejor venir menos tiempo al laboratorio que tomar licencias largas. Sostenía, como lo explica claramente en la segunda autobiografía Una beca con Houssay, págs. 418-422, que las mujeres somos mucho más organizadas cuando somos madres y usamos el tiempo en forma mucho más eficiente, lo que nos lleva a publicar menos trabajos pero quizás de mayor calidad. Lo importante a destacar es que ese entrenamiento lleva luego a una mejor organización cuando ya la familia no lo requiere y la mujer repunta el posible tiempo productivo perdido. Estamos hablando de una época donde los maridos no cambiaban pañales de rutina (solo ayudaban si era necesario) o no faltaban a su trabajo porque el niño o niña estaba enfermo o la niñera no vino, o no había que pensar si cuando digo niñera debería decir también niñero. Es interesante, según cuenta en su libro, que nunca se sintió discriminada, aunque eran 4 mujeres en su aula en la Universidad, o era la única mujer becaria de Houssay, más aún, creo que disfrutaba esa condición. Le fascina ser la primera mujer académica de la Academia Nacional de Medicina (ANM). Pudo separar el mundo familiar del laboral. Contrastaba verla en el laboratorio como mujer con carácter fuerte en una reunión social, en la que dejaba que primaran las opiniones de su marido.
Cuando me fui de su laboratorio y armé mi grupo en el IBYME en 1995, charlábamos proyectos en almuerzos cada dos o tres meses en el restaurante Munich de Belgrano (que ya no existe), y en los últimos años trasladamos los almuerzos a su casa, más esporádicos, siendo el último de ellos antes de la pandemia junto con grandes amigos, Raúl Ruggiero (ANM) y Fernando Benavides (ahora en el MD Anderson, UT, Smithville). Ella disfrutaba viéndonos interactuar, como si volviéramos a tiempos pasados; en realidad todos lo disfrutamos, nos costó despedirnos. Los tiempos han cambiado, los maridos también. La paciencia hay que tenerla también con los varones que se ausentan porque tienen que cuidar a sus hijos, pero este tiempo que parece en su momento una eternidad pasa, y llegan los tiempos más productivos donde se capitaliza esa organización que indefectiblemente se debe tener al compatibilizar una vida familiar y una pasión laboral, cualquiera fuera ella.