RIO GRANDE.- A muy pocos días del inicio de una nueva edición del Seven del Fin del Mundo, en esta oportunidad la XXXI Edición, el Ushuaia Rugby Club tiene casi todo definido para los juegos que comenzarán a desarrollarse el sábado por la tarde con la etapa clasificatoria y que culminarán el domingo con las tres finales de Copa, donde la de Oro es la más buscada por todos.
En las primeras horas de la tarde del sábado, cuando todos se congreguen alrededor de los mástiles para izar las distintas banderas, cantar el himno, se pondrá oficialmente en marcha una nueva edición, la cual tendrá nuevamente la presencia de Herba 7, el campeón defensor.
Para esta oportunidad no se repetirán muchos apellidos que se alzaron con la Copa de Oro en el año pasado, solo repetir dos o tres jugadores, el resto serán nuevos pero tan competitivos como los hombres de Alumni, Cuba y su mayoría de Universitario de Córdoba.
También ya está confirmada la presencia del equipo Fair Play, integrada por jugadores de la URBA aunque no quisieron adelantar sus nombres hasta tanto estos estén en la ciudad más austral del mundo.
Otro elenco que estará presente será Calafate Rugby Club, el primer elenco de Comodoro Rivadavia en participar de éste Seven, aunque no el primero de la Unión Austral ya que en varias ocasiones lo hizo San Jorge de Caleta Olivia; también de Buenos Aires llegarán San Cirano y San Andrés, que son clubes tradicionales que maman el rugby de muy chicos en sus respectivos colegios.
Lamentablemente Las Aguilas no podrá contar con el equipo competitivo que deseaba, ya que por obligaciones laborales no podrán estar exjugadores de la institución que han brillado en esta modalidad reducida del rugby, como el caso del Kun Acuña, integrante del seleccionado fueguino y preseleccionado para integrar Pumas 7 en un seven de Punta del Este.
Y si hablamos de Pumas 7, estará como invitado de honor Gastón Revol, el capitán del seleccionado nacional quien estuvo a un paso de meterse en las semifinales de los últimos Juegos Olímpicos de Río 2016. Su presencia no garantiza que juegue, no está en los planes, aunque los organizadores harán lo imposible para, aunque sea, juegue un partido para uno de los equipos intervinientes, lo que sería un lujo para todos los espectadores que concurren habitualmente.
Apoyo municipal
Autoridades municipales recibieron a Héctor Tévez y Carlos Ríos, integrantes de la Comisión Organizadora del Seven del Fin del Mundo, quienes plantearon algunas necesidades al Municipio de cara a la organización del evento. De la reunión participó el secretario de Gobierno municipal, Omar Becerra; el de Turismo, Juan Cherañuk; el concejal Hugo Romero; y el vicepresidente del Instituto Municipal de Deporte, Guillermo Navarro.
Alojamiento, pasajes para algunos jugadores y árbitros y la Mesa de Salud son algunas de las cosas con las que el Municipio estará colaborado para este evento tan importante en la ciudad.
“Es importante remarcar el trabajo a futuro que queremos realizar ya que la idea es proyectar el Seven como un evento turístico y propio de la ciudad. El que es amante del rugby, a su vez, puede disfrutar de este torneo dentro de un marco natural único”, destacó Navarro.
La Historia del Seven por Jorge Rabassa
Hace treinta años, hacía poco que había sido fundado el Ushuaia Rugby Club. Teníamos un predio casi vacío en el camino al Parque Nacional Tierra del Fuego. En esa época, el lugar parecía muy lejano, la ciudad terminaba mucho antes. Hoy, el Ushuaia Rugby Club quedó rodeado por la ciudad en interminable expansión.
En el medio del bosque de lengas, junto al hermoso río Pipo, no había vecinos cercanos, no había pavimento, no había ruidos, ni hablar de servicios o comodidades. No teníamos alambrados, y mucho menos vestuarios, bar, oficinas, ni siquiera baños. Nos cambiábamos en los autos, o detrás de los árboles más frondosos, que también hacían de urgentes “toilettes”.
La cancha era tan sólo un rectángulo, más o menos regular, pintado a veces, pero con trazos zigzagueantes e incompletos, y un par de haches esmirriadas, bajitas y oxidadas. La diferencia entre la cancha y lo que no era cancha era que, dentro de la cancha no había árboles en el espacio delimitado por el perímetro pintado.
Por lo demás, pozos y piedras, alternados o simultáneamente, ocupaban el lugar de lo que debía ser el césped, o mejor dicho, el pasto, o por lo menos, algo que fuera vivo y verde, fuera lo que fuera. Si se intentaba mejorar la seguridad de la cancha quitando las piedras más grandes, se trataba de un esfuerzo inútil e improcedente, ya que remover un guijarro sólo ocasionaba que aflorara otro más grande aún, en una masa de infinitos rodados de todo color y tamaño.
Muchos de los que habíamos jugado rugby antes de llegar a Ushuaia recordábamos con nostalgia las canchas impecables, lisas, parejitas, bien marcadas, con mullidos colchones verdes, palos bien erguidos y pintados, banderines en los extremos, cercos y alambrados completos, y vestuarios confortables, que caracterizaban a nuestros respectivos clubes de origen, fuera en Buenos Aires, o en Córdoba, Rosario, o Mendoza, o cualquiera de las importantes uniones del “norte”.
Pero las ganas de jugar, correr, tacklear, mover la ovalada, superaban largamente cualquier reclamo o prevención por la cancha o las instalaciones. La obsesión por ser parte del scrum, o del line, o de la línea desplegada en ataque, superaban cualquier resquemor que pudiera haber sobre el terreno a pisar.
Recuerdo que un lejano domingo se había previsto el habitual partido contra el Río Grande Rugby Club, nuestro único contrincante en la Isla por aquellos tiempos. Como era costumbre entonces, se pegaban afiches fotocopiados en la ciudad anunciando el acontecimiento, tan pocos eran los partidos en esa época que se hacía propaganda impresa como si viniera un circo. Ese día me tocaba arbitrar a mí, y cuando estábamos por comenzar, uno de los muchachos del club que sabía que yo hablaba inglés se me acercó, diciendo: “Jorge, hay dos australianos que vinieron a ver el partido”.
Fui a recibirlos. Eran turistas de paso por Ushuaia, y como buenos australianos jóvenes, jugadores de rugby que habían visto los afiches y que sintieron la curiosidad de saber cómo era que había rugby en el Fin del Mundo.
Más aún, uno de ellos dijo haber sido “Wallabie”. Vaya uno a saber si era cierto. Mientras nos saludábamos, yo veía que los ojos de ambos se dirigían furtivamente hacia la cancha, desconcertados. Minutos después, el supuesto “Wallabie” me preguntó: “Aquí juegan ‘touch’ (tocatta), no es cierto?”. Yo le respondí: “No, jugamos ‘tackle’ (contacto), siempre con el reglamento oficial”. No lo podían creer. El “Wallabie” me dijo: “Los felicito por el coraje. Yo no me animaría a jugar ‘tackle’ aquí”.
Pocos años después, el Ushuaia Rugby Club llevó a sus juveniles a jugar un torneo de seven de verano en Maristas, Mar del Plata, que contaba con excepcionales instalaciones y canchas. Entre otros, Maristas solía alojar al seleccionado nacional. Yo estaba circunstancialmente de vacaciones en Mar del Plata y me acerqué a ver a nuestros jugadores. Los chicos, nuestros jugadores juveniles, se arrojaban sobre el pasto, rodaban sobre el césped, hundían sus dedos en la hierba. Uno de ellos, sonriendo, me dijo: “¿Jorge: qué es esta cosa verde?”. Tan raro les resultaba jugar en el pasto…
En ese contexto, pionero, apasionado y heroico, valiente y quizás también inconsciente, un día, hace treinta años, Cali Ríos nos dijo: “Vamos a hacer un seven del Club”. Todos habíamos jugado los seven internos de nuestros respectivos clubes en el “norte”, clásicos de fin de temporada oficial. Pero en Ushuaia? Si ni siquiera había suficientes jugadores para armar varios equipos. Se hizo un listado de aquellos con quienes en ese momento podíamos contar, y se salió a buscar exjugadores en cada rincón de la pequeña Ushuaia de esa época. Todos conocíamos a Fulano o a Mengano, quien había jugado en el “norte”. Y los jugadores aparecieron, con sus viejas camisetas variopintas y las medias gastadas de sus clubes. Parecía que salían debajo de las piedras.
Una especie de “Barbarians” surrealista, abigarrada banda de viejos gorditos y semipelados, que no habían pisado una cancha en años, pero que venían a cumplir un rito, a mostrar su amor por el deporte que había marcado nuestra juventud y que fogoneaba nuestra nostalgia. Con el esfuerzo de todos se marcó la cancha y se consiguió un “trailer” plateado prestado por Vialidad Nacional, el cual era a la vez, vestuario, depósito y resguardo de la aguanieve para la mesa de control y los colaboradores. Se anunció por todos los medios y a medida que los entusiastas y audaces émulos de Marcelo Pascual, el Mono Rodríguez Jurado, Pochola Silva y Hugo Porta, entre tantas otras glorias nacionales, iban cayendo, se conformaban las listas que servían para completar en la emergencia los planteles de los equipos participantes.
El espíritu del rugby estaba bien a salvo, ya que por sobre todas las cosas se intentaba que hubiera la mayor paridad posible entre los equipos anotados. El deseo general era que fuera una gran fiesta para todos, lo único importante era jugar, como fuera, cada uno haciendo lo que pudiera, pese a los años, los kilos, la cancha, el viento y aguanieve.
Cali Ríos y yo fuimos los árbitros de ese primer Seven del Fin del Mundo. Hicimos lo que mejor pudimos. Anda por ahí una foto mía, enfundado en una camiseta seguramente varios números más chica, de cuando jugaba en serio. Allí, aparezco hablando a la reducida concurrencia, usando un megáfono de mano, que era todo lo que teníamos, seguramente anunciando a los vencedores y recipientes de medallas y trofeos, siempre con el trailer plateado de fondo.
Han pasado treinta años, y con éste, treinta “Sevens del Fin del Mundo”, pero ahora todo aparece muy diferente. Los esfuerzos de varias comisiones directivas del club y muchos de sus jugadores y asociados, y el apoyo permanente del Gobierno Provincial y la Municipalidad de Ushuaia, a lo largo de muy diferentes gestiones, han permitido llegar a un escenario muy lejano de aquél de 1986. Una cancha apropiada, con una densa cubierta de césped, cercos completos, palos impecables, ubicuas banderas y banderines, vestuarios, baños e instalaciones dignas, quincho, salones, accesos, tribunas, etc. El Seven del Fin del Mundo ha recibido centenares de jugadores, distinguidos visitantes, clubes prestigiosos que viajaron miles de kilómetros, clubes amigos de la región que nos acompañaron siempre que pudieron y por muchos años, y muchas veces con destempladas nevadas y fuertes huracanes. Pedro Yacachury y Douglas Philip apadrinaron el evento y nos guiaron siempre con sus sabios consejos y reflexiones. Efraim Sklar, Pablo De Luca y muchos otros calificados árbitros argentinos apoyaron y facilitaron el desarrollo deportivo de los torneos, y la formación técnica de nuestros referees actuales. La prensa local y nacional estuvo con nosotros siempre, divulgando generosamente nuestras habituales convocatorias de diciembre.
Hoy, el “Seven del Fin del Mundo” es un evento único, histórico, prestigioso, apreciado, convocante. Muchos han trabajado mucho y siempre, anónima y desinteresadamente para que esto así sea. Haber sido y ser parte del Seven del Fin del Mundo, es un honor, una distinción prestigiosa, y una inmensa satisfacción, compartida con amigos y visitantes.
Pero muy dentro mío, con la nostalgia pertinente, año tras año, cuando llego a la cabina de la mesa de control, aparece ante mis ojos el recuerdo imborrable del trailer plateado, el megáfono, las ondulantes líneas de cal y los montones de guijarros en el medio de la cancha, o quizás mejor, los manchones de pasto en el medio de la alfombra de cantos rodados. Y disfruto plenamente de haber podido vivirlo y compartirlo con Cali, con Efraim, y con todos aquellos que con sus inmensos esfuerzos lo han hecho posible a lo largo de treinta años.
¡Larga vida al Seven del Fin del Mundo!