Yo me oculto, tú te ocultas

Ya sea que seamos conscientes o no, todas las personas usamos alguna máscara.

¿Qué entendemos por máscara? La actitud que adoptamos para ocultarnos de la gente. Todos nos volvemos expertos en el uso de una u otra máscara. ¿La razón? Tememos ser rechazados por los demás. ¿Qué ser humano no desea ser amado? Todos. Entonces, como todos poseemos ciertas características que nos avergüenzan y no queremos que otros descubran, las mantenemos en secreto debajo de las máscaras.

Básicamente existen estos tres tipos de máscaras:

1.                Ocasionales

Se utilizan en alguna ocasión, o en algún momento, y después son descartadas y no se vuelven a utilizar. Por ejemplo, si conozco a alguien que tiene estudios y una gran erudición sobre determinada materia, me comporto como si yo también supiera muchísimo del tema (¡aunque en realidad no sepa nada!).

2.                Especiales

Se emplean con el fin de disfrazar un área especial o para demostrarle al mundo “que soy muy bueno en un cierto rol”. Por ejemplo, la persona que le demuestra a otros que es un trabajador esforzado (en el fondo, no le gusta trabajar o quisiera dejar de hacer lo que está haciendo para dedicarse a otra cosa).

3.                Permanentes

Estas últimas se usan para mantener en secreto todos los aspectos de la vida de la persona. Por eso, cuando alguien descubre que él o ella no es lo que creía, lo/a considera “hipócrita”. Se trata de quien exhibe una vida que en realidad no es tal porque se basa en engaños y mentiras.

Todos, de manera consciente o inconsciente, hacemos uso de alguna máscara ocasional para no ser rechazados. Una máscara tal vez nos mantenga ocultos por un tiempo, y a los demás les parezca entretenida, pero tarde o temprano acaba por provocarnos sufrimiento.

Esto es así porque una máscara precisa de más máscaras para ser sostenida en el tiempo. Los primeros seres humanos que utilizaron una máscara fueron Adán y Eva, el primer varón y la primera mujer en la historia. Cuenta La Biblia que se taparon con hojas de higuera cuando desobedecieron a Dios porque sintieron miedo. El temor al rechazo es la plataforma para recurrir a alguna máscara. Si vos sentís que cometiste un error o que tenés algún defecto, seguramente vas a usar una máscara.

Para ser libres de las máscaras, necesitamos reconocer (y aceptar) nuestras “áreas débiles o desnudas”: esos aspectos negativos de nosotros mismos que nos llevan a temer ser rechazados por la gente. Cuando nos conocemos, cuando tenemos el hábito de realizar una mirada introspectiva, y nos abrazamos con defectos y virtudes, dejamos de tener necesidad de ocultar aquello que nos desagrada de nosotros mismos y, muchas veces, vemos y transferimos a los demás. La aceptación y el conocimiento personal es la clave para ser verdaderamente libre.

¡No naciste para usar máscaras!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *